El objetivo del libro “Mi rostro, Una Mirada: La Historia de Hualaihué a través de su Gente”, es destacar el rol que cumplen los adultos mayores en la preservación de la identidad local de los pueblos. En él rescatamos sus testimonios, relatos y experiencias de vida, como aspectos fundamentales de un amplio conjunto de tradiciones de enorme valor cultural.
Desde el 2008, el equipo de Revista La Tejuela ha realizado un fuerte trabajo de investigación en torno al patrimonio cultural inmaterial de esta comuna.
Son muchas las personas que hemos entrevistado a lo largo de estos años, quienes nos han contado, desde su perspectiva, lo que ha sido la historia reciente de Hualaihué.
El libro “Mi rostro, Una Mirada: La Historia de Hualaihué a través de su Gente”, de Marian Zink y Flavia Labbé, es una recopilación de los más inspiradores testimonios que hemos conocido en estos años, con las historias más conmovedoras y representativas de las distintas localidades que conforman esta austral comuna.
Así, dimos con Felicita Maldonado de Puntilla Quillón, Nibaldo Gutiérrez de La Poza, Sinforosa Árgel de Rolecha, Gastón Zúñiga de Contao Rural, Pilar Castro de Chaqueihua, Carlos Vargas de Hualaihué Estero, Eudalia González de El Manzano, Juan Bautista Vargas de Mañihueico, Olga Paillán de Hornopirén y Rosalba Cárcamo de El Varal.
En sus relatos, los hechos históricos más trascendentales de Hualaihué se entrelazan con las impresiones personales de nuestros entrevistados acerca de éstos y con sus propias experiencias de vida.
Hualaihué y sus vertiginosos cambios
Entre los temas recurrentes encontramos el aislamiento, como lo refleja tan bien esta frase de Nibaldo Gutiérrez: “Lo más difícil antes eran los viajes en lancha a Puerto Montt. Cuando navegábamos, mirábamos la costa de Huar y jamás imaginábamos que íbamos a poder ir en bus a Puerto Montt y volver el mismo día a la casa”.
Eudalia González nos describe crudamente lo que eran los viajes al interior de la comuna antes de la construcción de los caminos: “Yo caminaba a pata pelada por la huella cada vez que tenía que ir a Río Negro. Me acompañaba mi hijo mayor y, como no había plata, teníamos que volvernos rápido el mismo día, así que nos levantábamos a las 6 de la mañana para regresar a la casa a las 9 de la noche. Me acuerdo que llevábamos harina tostada y azúcar y cuando pillábamos un charco de agua, parábamos en el camino a hacernos un ulpo”.
También Juan Bautista Vargas tiene algo que contar al respecto: “Una vez, de más grande sí, me tocó ir a Hualaihué Estero a votar. Fui a caballo, salí en la mañana y llegué casi a las 5 de la tarde allá, y qué caminos más malos, por la playa iba, esperando que bajara la marea para poder continuar… En Lleguimán, donde está la subida, era pura piedra volcánica, difícil… Pero así era la vida”.
Sobre la educación de antaño, tanto Sinforosa Árgel como Carlos Vargas tienen mucho que decir: “Mi padre, con su gran yunta, bajó de aquella montaña los durmientes. Unos enormes palos que fue a dejar en el lugar donde se construiría el colegio. Luego, todas las familias reunidas ayudaron a armar la escuelita” (Sinforosa Árgel).
“Había una escuela única en Hualaihué Estero, ubicada en el mismo lugar que la actual. A esa iban niños de El Manzano, El Varal y hasta de Río Negro, Cholgo y Llanchid. Con una sola profesora, pero muy buena… Éramos como 120 alumnos” (Carlos Vargas).
Se desprende de los testimonios que ir a la escuela no era una prioridad. Gastón Zúñiga afirma que “la infancia nuestra fue un poco restringida, porque los padres antes tenían un total dominio de los hijos… Uno no podía hacer nada, siempre estábamos trabajando, haciendo de todo, incluso bajando madera con bueyes… De escuela, poco”.
Pilar Castro refuerza esta idea: “Nuestro crecer fue de mucho trabajo. Teníamos que dejar lecheadas en la mañana 15 vacas, dejar leche separada en una maquinita para la mantequilla, darle comida a los cerdos y después, sin desayuno, montábamos a caballo y nos mandábamos a la escuela…”.
Rosalba Cárcamo vivió la impotencia de estar alejada de los centros de salud: “Salieron todas mis guaguas antes de tiempo, así es cuando uno no se cuida. Ahora las mujeres se van a Puerto Montt, pero antes no, todo era en el campo con las parteras. A Dios gracias, casi todas las mujeres se salvaban”.
Olga Paillán, por su parte, no oculta su asombro por el cambio que hemos experimentado como sociedad: “Antes no teníamos idea de lo que pasaba en el mundo. La primera radio que se conoció fue la de don Pedro Maldonado, en los 60. La ponía a todo parlante para que la gente se informara. Ahora, ¿qué pobre no tiene una radio o una tele?”.
A modo de conclusión, citamos a Felicita Maldonado, quien dice que “hoy día estamos viviendo en un paraíso. Siempre lo he dicho. Yo le digo a la gente más joven, cuando dice que se aburre, que antes no había trabajo, que había mucha pobreza. Que aprovechen las oportunidades que hoy tienen”.
Estos son sólo algunas de las expresiones que plasman lo que era la vida de antes y que nos permiten, en última instancia, crearnos una imagen más acabada e íntegra de la realidad cultural de estas comunidades meridionales.
Así es como, sin intentar dar cuenta de los hechos históricos acaecidos en Hualaihué desde su fundación de manera metódica, ni tampoco ser una guía informativa de la comuna, logramos dar a conocer la historia y las tradiciones de estos espectaculares parajes, a través del testimonio de su gente. Todo esto, acompañado de elocuentes fotografías y de un cuidado trabajo de edición artística.
Aprovechamos esta instancia para agradecer a nuestros entrevistados por haber accedido a ser los protagonistas de este libro, que se encuentra a disposición en las bibliotecas públicas, escuelas y liceos de Hualaihué, Cochamó, Futaleufú y Palena y en las principales bibliotecas públicas de Puerto Montt, Puerto Varas, Osorno, Valdivia, Ancud, Castro y Quellón.