Por Rodrigo Palma Ceppi, médico del CESFAM de Río Negro – Hornopirén
Antes de hablar de la fiebre necesitamos saber un poco de la temperatura corporal, que es el resultado del equilibrio entre los mecanismos de producción y pérdida de calor del cuerpo. Para medir la temperatura corporal utilizamos termómetros, siendo los más comunes los de mercurio y los digitales.
Podemos medir la temperatura en distintas partes del cuerpo. La elección depende básicamente de la edad de la persona. En los lactantes medimos la temperatura rectal, lo que resulta incómodo en niños mayores. Para tomar la temperatura se introduce el bulbo del termómetro a través del ano, inclinándolo levemente hacia la pared anterior y manteniéndolo en esa posición por 3 a 8 minutos antes de la lectura.
El control más común de la temperatura es en el pliegue axilar, que se puede realizar en adultos y niños de cualquier edad. Sólo debemos tener la precaución de que la axila esté limpia y seca antes de poner el termómetro, asegurarnos de que el bulbo del termómetro esté en el hueco axilar y bajar el brazo a lo largo del cuerpo, manteniendo el termómetro por 3 a 8 minutos antes de leerlo.
La temperatura también se podría tomar en los pliegues inguinales o en la boca (debajo de la lengua), pero no aconsejamos esto último porque los niños pueden morder el termómetro y se pueden dañar con el vidrio o ingerir el mercurio que contienen.
La temperatura normal puede variar de persona a persona, según la hora del día, ejercicio, abrigo, clima, sexo, ciclo menstrual, etc. Por ejemplo, el ejercicio agotador puede elevar la temperatura corporal incluso hasta valores sobre 38ºC.
Pesquisando la fiebre
La fiebre es un fenómeno patológico que se manifiesta por elevación de la temperatura normal del cuerpo y mayor frecuencia del pulso y la respiración. Se considera que los niños presentan fiebre cuando la temperatura medida a nivel rectal es de 38ºC o más. Si la midiéramos a nivel axilar, debiéramos considerar temperaturas de alrededor de 37,5ºC o más como fiebre.
Si encontramos una temperatura alterada debemos hacernos la pregunta ¿qué puede estar causando esto? Si pensamos que es una enfermedad, nos deberíamos preguntar a su vez qué síntomas acompañan esta variación de la temperatura normal.
Todos los animales hacen fiebre cuando sufren infecciones. Entre los efectos beneficiosos de la elevación de la temperatura corporal se encuentran cambios en parámetros metabólicos, hematológicos e inmunológicos que constituyen una respuesta a infecciones microbianas, al daño y a las enfermedades inflamatorias. Estos cambios, junto con el aumento de la temperatura, disminuyen el crecimiento bacteriano, la adhesión de los virus a las células, aumentan la maduración de las células inmunes, favorecen la reacción inflamatoria y la respuesta del sistema inmune.
Sin embargo, la fiebre puede provocar efectos adversos en enfermos muy enflaquecidos y en el embarazo temprano.
La fiebre y sus síntomas molestan al niño enfermo y alarman a los padres, que muchas veces piensan que el niño se sanará al normalizarse su temperatura, o que la fiebre es la peligrosa, sin tomar en cuenta la cuantía de la fiebre o la enfermedad que la está produciendo.
Por ejemplo, en infecciones respiratorias altas no hay una gran diferencia en la recuperación entre pacientes a los que se les administra antipiréticos (medicamentos para bajar la fiebre) y aquéllos a los que no se les administra.
Podría ser adecuado no tratar fiebres bajas, a menos que produzcan molestias visibles en el niño o que éste tenga alguna enfermedad que se descompense con el aumento de la temperatura. Temperaturas altas, sobre 40ºC, siempre deben ser tratadas.
Cuando decidimos tratar la fiebre como síntoma, lo hacemos con medicamentos antipiréticos. No debemos utilizar medidas físicas, como sumergirnos en agua helada, sin antes administrar estos medicamentos, porque el cuerpo intentará conservar el calor produciendo más, aumentando la temperatura y las molestias.
Como primer medicamento se recomienda el paracetamol, que se absorbe rápidamente en el estómago y a los 30 minutos ya produce su efecto. Además, tiene pocos efectos secundarios. La dosis habitual se puede administrar hasta cada 4 horas. Una segunda alternativa es el ibuprofeno, que también se absorbe en el estómago en forma rápida y cuyo efecto dura un poco más que el del paracetamol. También tiene pocos efectos secundarios, aunque más que el paracetamol, y se puede administrar hasta cada 6 horas.