Misionero de corazón: Padre Antonio Van Kessel

Julio 6, 2009. Archivado en categoría: Sin categoría

1935. Un pequeño pueblo en Holanda. Cuando Antonio Van Kessel nació, siendo el sexto de diez hermanos, fue justo cuando Europa estaba saliendo de la Gran Depresión Económica de los años ’30 para entrar, hacia el año ’38, en la II Guerra Mundial.

Estos acontecimientos marcaron su infancia. “Mis padres eran pequeños agricultores y cuando esta familia se formó y creció la crisis era mucho peor que la de ahora, había una tremenda hambruna en el mundo entero”, recuerda.

“Cuando nos estábamos recuperando un poco de la crisis empezó la guerra. Yo estaba cursando mis estudios básicos en mi pueblo. Como la escuela fue ocupada por los militares, algunos años tuvimos clases en lugares improvisados. Por ejemplo, tercero básico lo hicimos en una bodega y cuarto en un taller de carpintería”.

En el año ’48 ingresó al Seminario Menor para realizar su enseñanza media. “Era a lo antiguo: seis años de estudio en los que nos enseñaban latín, griego y muchos idiomas, porque como Holanda es un país pequeño (tiene el tamaño de una región de Chile pero la misma cantidad de habitantes que todo Chile) se exige el aprendizaje de muchas lenguas. Total que cuando llegué a Chile manejaba como siete idiomas pero igual no podía comunicarme, porque el español no estaba dentro del programa”, comenta el Padre Antonio entre risas.

Cuenta que de a poco empezó a estar seguro de su vocación religiosa, hasta que tomó la decisión de ser misionero, ingresando al Noviciado de la Congregación Misioneros de la Sagrada Familia. Después de un año de noviciado prosiguieron seis años más de estudio teológico, disciplina que incluye una gran gama de materias (filosofía, derecho canónico, sociología, etc.).

En el ’62 se ordenó sacerdote.

¿Cómo fue que llegó a Chile?

“Cuando me ordené sacerdote la congregación me destinó a Chile. La filosofía de la congregación es no obligar a nadie a ir donde no quiere, pero nosotros prácticamente todos queríamos ser enviados lejos. Hacíamos mañas para no quedarnos en Holanda. Como yo en mis tiempos libres había aprendido muchas labores técnicas como mecánica, me mandaron a Calbuco, donde la parroquia tenía una lancha a motor que había que mantener”.

Llegó a Calbuco el 25 de octubre de 1962, tras seis semanas de viaje en barco. Estuvo unos meses aprendiendo el idioma y acomodándose un poco al país, luego fue a Santiago a cursar unos meses de estudio pastoral, para instalarse definitivamente en Calbuco en octubre del ’63.

En Calbuco estuvo hasta 1990. ¿Cómo fue esa experiencia?

“Me gustó mucho y me interioricé intensamente con la historia de Calbuco, que es pueblo desde 1602 y parroquia desde 1710, entonces tiene una cultura y una identidad riquísima. Me metí mucho en eso y además de lo religioso trabajé fuertemente en la parte social y cultural, fundé una revista literaria (“Araña Gris”), comenzamos con las “Semanas de Arte” e implementamos el museo al lado del Colegio San Miguel, entre otras cosas… Todo en medio de la Dictadura Militar, lo que dificultaba mucho cualquier iniciativa. Fueron tantos años los que estuve en Calbuco que siento que ahí está mi vida”.

¿Cómo y por qué se vino posteriormente a Hornopirén?

“Yo siempre optaba por las misiones y sentí que en Calbuco estaba gran parte del trabajo hecho. Cuando llegué a Calbuco no había camino pavimentado, no había luz, no había agua y todo cambió radicalmente durante los años que estuve. Después, el Obispo andaba buscando a algún diocesano que quisiera fundar la parroquia de Hornopirén y la verdad es que nadie quería, porque era muy sacrificado. Por ejemplo, no había una casa para vivir. El lema de mi congregación es ir a los que están lejos, yo lo tomé como ir donde otros no van y dije ya, yo voy. Le dije al obispo que llevaba mi carpa por último, y así llegué”.

Aquí vivió el Padre Antonio durante sus primeros meses en Hornopirén. Gentileza: Antonio Van Kessel.

¿Qué tal fueron esos primeros años?

La verdad, bastante difíciles. El clima era más o menos contrario en ese momento y para mí, que estaba acostumbrado a Calbuco donde hasta el día de hoy me llaman y me piden que vuelva, encontrarme con ese ambiente medio hostil fue complicado. Se decía que los curas eran comunistas y no me recibieron muy bien…”

¿Qué hizo entonces?

“Al principio viví siete meses en una pieza casi oscura, hasta que empecé a construir mi casa con mis propias manos. Algunos maestros me ayudaron, pero yo mismo hacía la mezcla, buscaba las maderas… Estaba acostumbrado a eso, pero a la gente le parecía raro. De a poco comenzó a quebrarse el hielo y me empecé a sentir más cómodo. Después construí la iglesia, principalmente con el aporte de mi familia y amigos de Holanda. Aunque salió bastante barato, porque yo mismo hacía los fletes, fui a los montes a sacar los palos, a comprar las tejuelas, etc.”

¿Cuál es para usted la principal diferencia entre Calbuco y Hornopirén?

“Son lugares muy distintos. Este pueblo ha crecido de manera muy rápida y fulminante. Cuando llegué en el ’90 había no más de 1.000 habitantes, ahora son cerca de 4.000. Ha llegado gente de todas partes, con distintas costumbres y culturas. Eso, creo yo, ha incidido en que no exista una identidad de pueblo, una cultura propia, y eso es justamente lo que más hay que trabajar acá. Calbuco, en cambio, es igual que Chonchi, Quemchi o Castro, que son ciudades que lentamente crecieron dentro de una cultura chilota como se dice”.

Parroquia Sagrada Familia de Hornopirén

¿Cómo se vive la religiosidad en Hualaihué?

“La gente es bastante indiferente con el tema, por lo menos en Hornopirén. Distinto es en otros lugares de la comuna, como Rolecha o Lleguimán, donde las personas son mucho más religiosas. En Hornopirén tal vez también son creyentes, pero en otro estilo, lo que también es respetable. En las misas no hay mucha participación, aunque de a poco eso ha ido mejorando”.

¿Se siente a gusto acá?

“De a poco he ido haciendo amistades y siento bastante cariño y aprecio, eso ha cambiado enormemente y ahora puedo decir que me siento a gusto”.

¿En qué consiste su rutina de trabajo?

“Además de las misas de los domingos en Hornopirén y de mi programa en la Radio Hualaihué de los días jueves (a las 17:30 hrs.), me planifico mensualmente para visitar las 23 capillas de la comuna. Lo que más me ayuda son los mensajes por la Radio Reloncaví, así ellos saben que tal día voy. Hago misa y a veces llego antes o me quedo un rato y conversamos de los diferentes problemas que tienen. En los últimos años ha mejorado mucho la comunicación con estas comunidades gracias al celular, así que ellos a veces me llaman para pedirme servicios especiales”.

Usted mencionó que Hornopirén carece de identidad, ¿qué podemos hacer al respecto?

Los cimientos de la Parroquia Sagrada Familia de Hornopirén. Gentileza: Antonio Van Kessel.

“Organizar actividades, encuentros culturales, eventos deportivos… Creo que se están haciendo cosas, por ejemplo este verano fue muy bonito todo el tema de la Semana Cordillerana. El problema es que por lo general estos acontecimientos terminan en borracheras, y eso hace que se pierda el sentido de las actividades, que es reunir a los habitantes de la comuna para que compartan en torno a sus costumbres, pero de manera sana”.

¿Por qué cree usted que nos falta cultura como pueblo?

“Eso se demuestra en aspectos muy sencillos. Por ejemplo, en cuántas veces han plantado arbolitos en la plaza, porque siempre los destruyen, igual las bancas, todos los años las reparan… La suciedad: basta ir un domingo a la plaza para encontrarla llena de botellas, mugre, esas son faltas gravísimas que tenemos todavía. Vivimos en uno de los lugares más lindos del mundo, pero al parecer no sabemos apreciarlo. Lo mismo con el turismo. Si no nos organizamos de verdad y seguimos cobrando precios altísimos lo único que lograremos es espantar a los turistas. Para qué hablar de los precios en general. Está bien que todo sea un poco más caro, pero no exageremos, porque eso perjudica a la larga al pueblo. Lo que necesitamos es querer más a nuestra comuna, pensar en su desarrollo a largo plazo. Aunque bueno, esto también pasa por un tema de la autoridad, que habla de la conectividad de aquí a Chaitén, cuando ni nosotros estamos conectados como corresponde. Ese aislamiento influye en todo lo demás”.

¿Qué rol juega en este trabajo cultural el Colegio Sagrada Familia que usted fundó?

Colegio Sagrada Familia de Hornopirén

“Mi gran ilusión y esperanza es aportar a la cultura local a través de este colegio, por eso me atreví a empezar, para fomentar una convivencia más sana y limpia de vicios a través de la educación de los niños. Puedo decir que cada día estamos mejor, porque una vez que un colegio tiene una infraestructura el trabajo resulta más fácil. Todavía no está completo, tenemos hasta sexto básico (con un curso de máximo 30 alumnos por nivel), pero vamos avanzando. Lo que me alegra es que hay muchos papás que están muy contentos y que han manifestado que es notable el cambio en el comportamiento y en la manera de pensar de los niños. Aunque lo que nosotros creemos es que la educación es de la familia con la escuela, por eso insistimos tanto en las reuniones de apoderados y en el trabajo conjunto con los padres”.

¿Cómo visualiza el futuro de Hornopirén y de Hualaihué?

“Pienso que no podemos fiarnos de la industria salmonicultora. Debemos organizar bien el turismo para sacarle partido a nuestro hermoso entorno. También, hacer la paz con la industria salmonicultora, incorporarlos un poco más dentro de la vida del pueblo, tal como fue el caso del Colegio Sagrada Familia, que se construyó principalmente gracias al aporte de estas empresas. Podemos aprender también de la solidaridad verdadera que existe en algunos sectores de la comuna, sobre todo en los poblados más pequeños, donde veo lindos ejemplos: cuando se quema una casa, o hay un enfermo grave, todos acuden y ayudan eficientemente, eso es muy hermoso”.

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