Por Flavia Labbé S. y Marian Zink P.
Fabio Sebastián Schneider:
Quesos, viajes, bosques… versos
Tiene aspecto de extranjero -algunos lo llaman gringo-, pero Fabio Schneider es todo lo contrario. Es un hombre profundamente ligado al sur y a la tierra, un hombre de trabajo duro, de sacrificio, de comercio. Pero también es un gran lector y un escritor que aprovecha sus escasos ratos libres para plasmar en papel los versos que constantemente compone en su cabeza.
El transbordador entre las caletas La Arena y Puelche, que debe tomar cada vez que va a su campo en la Isla Quihua, Calbuco, a abastecerse de quesos que él mismo hace y de otros productos para traer a “La Granjita”, su negocio en Hornopirén, es uno de esos momentos.
Viaje que realiza al menos dos veces por semana. Viajes en los que revive lo que fue su infancia y juventud: rústica, trabajada, aislada, húmeda… solitaria en medio del verdor y la belleza de estas latitudes.
“Nunca fui a la escuela. Mis padres, argentinos, eran unos intelectuales que participaban activamente del circuito cultural de Buenos Aires. Cuando cumplí dos años lo abandonaron todo para probar suerte como agricultores en el sur de Chile, en Estaquillas, en la Cordillera del Sarao, comuna de Los Muermos. Había que andar dos días a caballo para salir. Pese a eso, llevaron consigo buena parte de los libros de su gran biblioteca”, cuenta Fabio, a quien su padre le enseñó lo que consideraba que era importante para la vida. Un niño que a los 12 años se había leído las obras completas de William Shakespeare, en las que se basó para escribir, a la misma edad, una “historia completa de Inglaterra”.
“La única manera de conocer el mundo era a través de la lectura, porque no teníamos TV y la radio llegó a nuestra casa en 1973, cuando yo tenía 13 años, para el Golpe Militar. Vivíamos aislados, en medio del bosque, así que la lectura era la única compañía. Mis padres leían antes de comer, antes de acostarse, siempre a la luz de las velas. Era algo natural y maravilloso”, recuerda.
Hasta los siete años vivió en Estaquillas. Luego, tras un período de crisis familiar marcado por el injusto encarcelamiento de su padre, su madre se las arregló para comprar un campo de 45 hectáreas en la Isla Quihua, en el archipiélago de Calbuco, a orilla del mar. “Quedaba a como tres horas en lancha desde Calbuco y a seis de Puerto Montt, pero para nosotros era una maravilla en comparación con el aislamiento en el que vivíamos antes”.
En medio del bosque, ayudando en las labores del campo y viviendo en una gran casa de madera, con espacio para la, pese a todo, nutrida biblioteca, prosiguió la infancia de Fabio. Ahí nacieron sus hermanos, un hombre y dos mujeres, los únicos niños con los que tuvo contacto permanente, a excepción de un medio hermano que murió por un accidente en el campo de Estaquillas, a los 12 años.
… ¿Quién fue el humilde
que rescribió su nombre
con errores de ortografía
recordando así
al muchachito de doce años
que murió aplastado por un alerce milenario?…
(Extracto del poema La tumba).
“En la Isla Quihua, mi madre empezó a utilizar abono y a realizar cosas que nadie hacía en esa época. En ese campo de puras malezas creció un pasto maravilloso; con la ayuda de un crédito de INDAP se compraron las primeras vaquillas y se empezó a hacer el queso, tradición familiar con la que continúo”, relata Fabio.
Agrega que, si bien su madre salía todas las semanas al pueblo, a ellos los sacaban dos veces al año. “Era tan grande mi timidez… Pero a los nueve años ya me había leído La Odisea y La Ilíada, Don Quijote de la Mancha y otros clásicos… Para mí era un placer, jamás una obligación. Todos esos libros me marcaron, y como leía tanta literatura antigua, sentía que vivía en los tiempos de los señores de la caballería, me apasionaba el mundo antiguo, era muy romántico”.
Sus primeras composiciones
… Todavía estoy aquí
en este mismo lugar
donde corrí de niño
buscando la sutil
huella de la hormiga…
(Extracto del poema Fidelidad)
A los 11 empezó a escribir sobre flores e insectos, a los que observaba por horas. Investigaba sobre las distintas especies y luego se lanzaba a escribir. Le apasionaban las hormigas.
Pese a que durante su infancia y adolescencia leyó más prosa que poesía, a los 15 escribió su primer poema. “Creo que nací poeta, porque sin leer poesía empecé a escribirla, luego ya empecé a estudiarla más”. Por casualidad, llegó a sus manos un libro de poemas de la dinastía china Tang, la que, según su padre, ejerció una influencia notable sobre su poesía.
“Había cada libro en mi casa… muchas obras antiguas de gran valor, también algunos libros de autores bastante rebuscados, pero de una gran calidad, porque mis padres eran muy exigentes y tenían un muy buen gusto literario… También estaban los más conocidos: Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, García Márquez…”.
Lamentablemente, la completa colección de títulos se quemó en el incendio que afectó a la casona de campo en 1998, siniestro que lo motivó a escribir su primer libro, El casamiento de un periodista, relato referencial en el que narra los acontecimientos que, desde su perspectiva, llevaron a que esa casa de madera se quemara con dos personas en su interior, la pareja conformada por un periodista amigo suyo, con el que llegó a compartir techo, y su esposa. Un libro trágico pero ágil y rebosante de sur.
“La escritura siempre ha sido un hobby y un medio de expresión. La tremenda soledad en la que viví hasta los 19 años hizo que yo necesitara expresarme de alguna manera, y eso para mí fue la poesía, aunque también escribía diarios de vida y mantenía intercambio epistolar con algunas personas. El dolor, el sufrimiento humano son cosas que me inspiran, al igual que la naturaleza. Pero después llegó un momento en que me tomé más en serio la escritura. Así nació El casamiento de un periodista, un esfuerzo conciente de convertir una experiencia, un suceso, en una obra”.
A los 19 años salió del campo familiar y trabajó por cinco meses en un complejo forestal en Panguipulli, período que le abrió los ojos al mundo. “Yo sólo escuchaba las opiniones de mis padres y creía que eso era todo lo que existía…”. Pero tuvo que volver a Quihua a retomar sus labores en la granja, donde finalmente se quedaría solo, porque su familia emigró al poco tiempo a Uruguay, donde él también ha vivido por algunos períodos.
El incendio de la casona acabó con la mayor parte de su obra poética, sin embargo, una parte se salvó, los escritos que Fabio le había enviado a su padre, a Uruguay.
En cuanto a la prosa, tras El casamiento de un periodista escribió un libro en el que narra su intento de vivir en una comunidad conformada por varios grupos, “una sociedad chica”, ecológica y autosustentable, “experimento” que él lideró a partir de 1982 y que duró tres años, siempre en la Isla Quihua. Su tercera obra narrativa, La isla insomne, también se inspira en aquel territorio y versa sobre la vida de los campesinos que allí habitan. “Ésa es más novela, porque tiene personajes inventados, aunque siempre basados en personas reales”.
Su llegada a Hornopirén
Pueblo,
hundido en el valle
flanqueado por laderas
y bosques siempreverdes,
rodeado de islas
y canales
retazos de mar.
Pueblo,
dividido por ríos
que creces
a la buena de Dios
entre pedruscos,
volcanes
y trozos de alerce.
Pueblo,
lejano para muchos
olvidado por otros,
sumergido en la niebla
creciendo
lentamente
entre el humo dormido
de leña de tepú, pueblo.
Este poema, titulado Rupulahuen forma parte de su obra poética más reciente, inspirada en Hornopirén, donde llegó hace cuatro años, por sus quesos. “Tenía una gran producción de queso y por ahí me dijeron que acá se vendían bien, así que vine a probar suerte. Al principio venía una vez al mes, luego la gente me empezó a pedir frutas y verduras además de los quesos, después comencé a venir dos veces por semana… A veces quedaba en pana, en medio del temporal, era sacrificado, pero tenía que hacerlo, principalmente, por un tema económico, para mis seis hijos”.
Dice que aquí se sintió a gusto, motivo por el cual se instaló con “La Granjita”: “Logré comunicarme con la gente, me recibieron muy bien, lo que me ayudó a superar la soledad… Como que me enamoré un poco de Hornopirén, porque el paisaje, la cultura del alerce, del tepú, me recuerdan a Estaquillas, donde pasé mis primeros años”.
Cada vez que viaja a Calbuco a buscar los quesos, las frutas y las verduras que vende en su negocio, escribe poemas en su cabeza. “Los mejores se me ocurren cuando estoy manejando, los redacto mentalmente pero sé que son volátiles… Pienso que por mi experiencia, por mi vida, que no fue muy común ni corriente, tengo algo que contar. Mi sueño es tener más tiempo para escribir, pero ya no con esa terrible necesidad de comunicación, sino como una especie de oficio…”.
Anochece en Hualaihué
y cierro los ojos para no verte
pero en el silencio de la noche
escucho cascadas delirantes
despeñándose sobre gargantas profundas.
Y en lugar de tu rostro ausente,
jirones de niebla
cual bufandas grises
abrazan las altas cumbres
y enredan mi nostalgia
de tu amor imposible.
Cierro los ojos para no verte
pero escucho el fragor de una montaña
que se derrumba
sobre tus antepasados
que desnudan sus faldeos.
Anochece en Hualaihué
y cierro los ojos para no verte
pero veo un volcán nevado
un río que nace en las entrañas de la tierra,
un lago de aguas verdosas
donde flota el tronco
de un árbol viejo
talado hace mucho.
Escucho el silencio de los muertos
sepultados en el abismo profundo
junto a osamentas de alerces milenarios.
Cierro los ojos para no verte
pero siento los espíritus de los muertos
arrebatándome la ilusión de tu amor fugitivo
para llevarme al abismo del lago
donde cerraré los ojos para siempre.
(Anochece en Hualaihué, de Fabio Schneider, obtuvo una mención honrosa en el Concurso Literario “Hualaihué: Naturaleza y Alma”).
Versos de mujer:
María Báez Subiabre
Mujer sureña. Corpulenta y forzuda.
Con tus manos callosas por el trabajo. Con el remo y el gualato.
Mujer sureña, fuerte y ruda como un ulmo.
Estos versos parecen describir muy bien a su autora. Pescadora, poeta, artesana y madre. De todo ha hecho y ha sido María Báez Subiabre durante su vida.
Nació en El Manzano, un pueblo costero de la comuna de Hualaihué. Es la mayor de doce hermanos, que prácticamente crió porque su madre debía salir a trabajar con su padre desde temprano, en la pesca y mariscando.
Pero la mayor parte de su vida transcurrió en la isla de Llanchid, “lugar del dolor”, en lengua williche. Llanchid, isla rodeada de mar a donde sin bote no puedes llegar, nos dice en uno de sus versos, y no deja de ser cierto, ya que Llanchid queda a dos horas de travesía en bote desde Hornpirén, el centro urbano de la comuna.
De hecho, María Báez debía recurrir a un pequeño bote a remo y navegar por más de media hora para ir a dejar a sus ocho hijos a la escuela. “Cuando empezaban los vientos fuertes era difícil y peligroso, pero era la lucha de todos los días. Cuando había muy mal tiempo no podían ir a la escuela”, recuerda.
Llegó a la isla después de haberse casado a los 14 años. “Los papás antes eran así, la querían casar a uno jovencita”, cuenta. Tuvo hijos de inmediato. Poco tiempo le quedó para ser niña: “yo no fui lola, no supe lo que fue esa etapa”.
Sin embargo, y a pesar de su corta edad, María Báez se acostumbró a trabajar hombro a hombro con su marido, principalmente en la pesca y en la recolección de mariscos. “Salíamos a las cinco de la mañana y volvíamos a las 11 de la noche. Estábamos todo el día en el mar mientras mi suegra se quedaba con los niños”.
Además, tenía que cumplir con las labores propias de un ama de casa, y mucho más. “Nosotras las mujeres éramos más que dueñas de casa. El hombre era el proveedor nada más. La mujer iba al monte a buscar leña, la bajaba en el hombro, la picaba, lavaba ropa a escobilla por horas, después hacía el pan y se iba a la huerta a trabajar”.
De dirigente a artesana
Todas esas tareas cotidianas no fueron suficientes para mermar sus ganas de aprender cosas nuevas. Así, y a pesar de haber llegado sólo hasta tercero básico, cuando las misiones católicas arribaron a la isla, María Báez se inscribió como catequista, lo que la obligó a reencontrarse con las palabras. “Ahí tenía que escribir y hablar mucho, el trabajo como catequista me ayudó a escribir más y a mejorar mi letra también”.
De ahí en adelante se convirtió en una importante dirigente social. Encabezó el centro de madres, fue presidente del grupo juvenil, vicepresidenta de la Cooperativa de Pescadores de Llanchid y comandó un proyecto FOSIS para mujeres.
Mientras trabajaba en la casa y en sus proyectos, escuchaba la radio, conociendo a Violeta Parra, Mercedes Soza y Silvio Rodríguez, que en última instancia la inspiraron a escribir poesía.
Logró conciliar su trabajo en la casa con su labor social y la escritura de sus primeros poemas. Éstos hablan principalmente de su isla, de su entorno, “casi todas mis poesías las dedico a la naturaleza y a su defensa”, dice. Este poema lo confirma:
Pedacito de mi tierra
Mar, mucho mar.
Los hombres salen a navegar.
Pedacito de mi tierra
que a tus espaldas tienes las cordilleras.
Tus volcanes cubiertos de nieve
parecen lumbreras.
Lejos y muy cerca se ven,
el “Hornopirén”, el “Rancha Quemada”
y el de “Cahuel”.
Al frente el “Calzoncillo”,
en la isla de Llancahué.
Tus parajes son tan bellos,
son pintados a pincel.
“Hualaihué” con sus papas y tejuelas,
“El Manzano” con sus algas y navajuelas
“Quiaca” es de cholgas y nalcas
está “Pichicolo” con sus almejas y choros.
Pasando por “Llanchid”, isla de tradiciones
“Contao” con sus industrias y tractores
“Huinay” sus esteros y cañadones.
Está llena de Islas “Liliguape”
Linguar, y las garzas .
Arrullada por los canales.
Gaviotas, pelícanos, cuervos,
en los campos golondrinas,
diucas y zorzales.
Qué hermosura, qué belleza
encontrarás en este pedacito de mi tierra.
Así, siempre haciendo cosas y aprendiendo otras nuevas, pasó sus mejores años en Llanchid. Hasta que un día, cuando sus hijos ya estaban grandes, se aburrió del trabajo forzado en la isla y se fue a vivir a Hornopirén. Se dedicó de lleno a la artesanía, en lo que sigue hasta hoy.
Como parece ser regla en su vida, hace de todo. Trabaja el cuero de salmón, la madera, teje a telar, palillo y arregla ropa. Pero siempre encuentra un tiempo para escribir, porque muy adentro en su corazón, esta mujer, más que dirigente, pescadora y artesana, es una poeta.
Leonardo Favio Villagrán:
El artista costero
Tierra forjada en tu verde follaje
que despiertas entre cambiantes amaneceres
con cimientos de esfuerzo y coraje
palo a palo construyes tus paredes.
Calcinaron en tu humilde inocencia
milenarios bosques de alerce
monedas de lejanas procedencias
talaron tu futuro hasta caerse.
Has pagado caro tu progreso
construyendo cientos de senderos
olvidando el hacha, el machete, al arriero
olvidando la esencia del alercero.
Tus costas expuestas y pobladas
se han sumergido en la codicia
siendo vendidas y explotadas
por dólares y gringos de estirpe avaricia.
Vigilan en lo alto de tus cerros y volcanes
muchas aves de sigiloso vuelo
te instan a que de soñar no pares
cultivando los anhelos de tus sueños.
Ríos, riachuelos, lagos y lagunas
alimentan a esta tierra frondosa
fortaleciendo tu escapada cultura
con armas del alma poderosas. (…)
Este poema, distinguido con una mención honrosa en el Concurso Literario “Hualaihué: Naturaleza y Alma” se titula Ayer, hoy y mañana. Su autor es Leonardo Villagrán, quien vive en la localidad costera de La Poza y se desempeña como inspector de la Escuela Rural Aulen.
“Aprovecho mis ratos libres para escribir, siempre poesía, y sobre temas variados. Depende de mi estado de ánimo. A veces veo algo que me queda marcado, o una idea me da vueltas y vueltas, entonces la escribo antes de que se me vaya”, cuenta.
Nació en Puerto Montt, vivió en Osorno y entre los cuatro y los cinco años llegó a Hualaihué, a La Poza, de donde proviene su madre. A los 11 partió a estudiar a Hornopirén, luego se trasladÓ a Piedra Azul, y terminó su enseñanza media en el Liceo Andrés Bello de Puerto Montt. “En esa época me leía todo lo que encontraba en las bibliotecas. También comencé a escribir poemas”, comenta.
Se quedó en Puerto Montt para entrar a la carrera técnica de electricidad, que no pudo terminar porque el instituto donde estaba matriculado quebró. De todas formas, lo estudiado le sirvió para volver a Hualaihué, contratado por un proyecto de electrificación rural.
Luego empezó a trabajar en la escuela de Caleta Aulen, establecimiento en el que lleva seis años. Además de escribir, Leonardo toca guitarra y teclado –dirige un taller musical en la escuela-, dibuja y pinta.
Ha participado con sus obras -literarias y pictóricas- en varios concursos comunales, obteniendo diversos reconocimientos, abriéndose de a poco un camino en el campo de las artes y las letras de Hualaihué.
(Continuación)
Quebrantada senda que me llevas
a lo más profundo de tus entrañas
cuando en aquellos tiempos te colonizaban
cruzando furiosos mares en frías mañanas.
En plenilunio tu silueta observaban
viejos marinos y aventureros de partes lejanas
mientras planificaban sus remotos pasos
por venir a explotar sus playas.
Explotaron tu verde y grandioso orgullo
en pos de grandiosas fortunas
dejando huellas en susurro
con cicatrices que aún perduran.
Las profundidades de tus canales y fiordos
aún guardan misteriosos secretos
como también parte de tu gente
que se ha perdido buscando su sustento.
Te sostienes bajo tu manto verde
tus cumbres que se elevan hacia el cielo
vigilada por millones de estrellas
brotando en el reflejo de tu suelo.
Compartirás la semilla forjada
entre mar, costa y montañas
que tu gente esforzada labora
para construir el Hualaihué del mañana.