Magdalena Krebs, Directora de la DIBAM: El juego de los Abalorios, de Hermann Hesse
Para la arquitecta Magdalena Krebs es difícil señalar sólo un libro importante. A pesar de esto, de niña recuerda haber leído y llorado infinitas veces con Heidi, de Johanna Spyri.
Durante su adolescencia, en Alemania, la impactó profundamente la lectura de Hermann Hesse, especialmente El juego de los Abalorios. “Me emocionó la belleza del lenguaje y la estructura de la novela… Una historia que muestra cómo las dudas y preguntas que se formula el ser humano se repiten una y otra vez”.
Juan Sebastián Montes, Intendente Región de Los Lagos: La guerra del fin del mundo, de Mario Vargas Llosa
“Muchos libros me han marcado, porque son muchas las vidas que he vivido a través de ellos. Desde los clásicos, como El Quijote, El Lazarillo de Tormes, o el inolvidable Mercader de Venecia.
Pero también fui capitán de barco ballenero en Moby Dick. D´Artagnan a los 15 años, y a los 17 viví el remordimiento de matar a una prestamista en Crimen y castigo. Pero fue, a los 20 años, en Los miserables de Víctor Hugo, donde más profundamente sentí los contrastes del alma humana, su capacidad de redención y la tiranía de la norma por la norma.
Si tengo que elegir un libro diría que La guerra del fin del mundo de Vargas Llosa me marcó profundamente por la capacidad de explicar cómo la imaginación puede exceder todas las lógicas. El quiebre entre la realidad y la ficción, y cómo las sociedades se mueven por la imagen, por la fe, y por caminos que a veces se vuelven irreversibles. Eso me pareció tremendamente realista, pero a la vez terrible.
Vargas Llosa, Octavio Paz, Gabriel García Marquez, Borges y Héctor Aguilar Camín, me han fascinado desde siempre y los guardo aguas arriba del olvido”.
Rodrigo Guendelman, periodista (www.guendelman.cl): El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez
“Lo leí cuando tenía 20 años y fue el primer libro que me hizo llorar. Una historia de amor impresionante, dos personas que esperan toda la vida para estar juntas, la pluma de García Márquez… Todo confabuló para que nunca me olvidara del día en que terminé de leerlo”.
Karen Doggenweiler, periodista, conductora de TV: Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez
“Imposible no caer rendida frente a su realismo mágico, a los sucesos de los Buendía, de Aureliano y Amaranta Úrsula. Las descripciones de Macondo me acompañan hasta hoy. El talento del autor ayuda a imaginar el clima, el aire y la ambientación del lugar escogido para que transcurran las dichas y desgracias de los protagonistas. Lo leí por obligación en el colegio y lo volví a leer por pasión años más tarde”.
Felipe Alliende, escritor: Pedro Páramo, de Juan Rulfo
“Me atrajo en primer lugar la magia del lenguaje que me hacía vivir intensamente cada una de las escenas relatadas. Luego fui viendo la proyección a todos los ámbitos del relato: la muerte en vida y la vida en la muerte; la soledad, la locura, el amor fatal, el caciquismo, la revolución, el pecado, el fanatismo, las vidas mínimas, las incansables búsquedas existenciales.
Leo y releo la obra y gozo cada uno de sus episodios y siempre encuentro sentidos y resonancias nuevas. Es un libro que me hace entender las grandezas y miserias de nuestro ser como latinoamericanos. Cada lectura es una reflexión sobre mí mismo: mi relación con la vida, la vida más allá de la muerte, mi relación con Dios y con la iglesias, mi responsabilidad política, mis conflictos internos, mi frivolidad encubierta, todo”.
Teresita Reyes, actriz: La casa de los espíritus, de Isabel Allende
“Es un libro que me trajo recuerdos muy dolorosos, pero que, increíblemente, me ayudó a enfrentar mis fantasmas sin miedo. Lo leí cuando todavía estábamos en dictadura, fue algo muy fuerte”.
Emilio Edwards, actor: El sentido de lo humano, de Humberto Maturana
“Un verano en Maitencillo, cuando la pubertad bullía en mi, llegué a este libro por influencia materna, el que de alguna manera me dejó premisas que nunca olvidaré. Algo así como aprender a vivir sin expectativas ni preocupado de las apariencias, y que no existe una verdad absoluta. Esto último me pareció un tanto curioso ya que el hecho de plantear la inexistencia de una verdad absoluta implica a su vez la formulación de una.
Pero en fin, se trata de un documento notable, gracias al que comencé a entender cómo nos vamos construyendo en el presente a través del lenguaje y en función de nuestras relaciones con los otros basadas en la confianza y el respeto. Comprendí que hay que partir por asumirse a uno y no andarle exigiendo a los demás -consciente o inconscientemente- que satisfagan nuestros deseos. Aprender a valorar el proceso más que el resultado y las consecuencias. Son cosas en las que intento perseverar, refrescándomelas en el cotidiano de mi vida”.
Eduardo Barril, actor: Demian, de Hermann Hesse
“Los libros y la vida son caminos. Sorprenden a cada paso. Si uno está alerta, aparece el maestro. Cuando era niño todas las semanas compraba un libro. Quería tener mi propia biblioteca con catálogo. Allí estaban esos cuentos maravillosos que se abren y aparecen castillos, bosques y montañas con sus correspondientes personajes mágicos a todo color.
En mi adolescencia puertomontina, Herman Hesse y su Demian. Para nacer hay que romper un mundo. Con su impulso llegué a Santiago a estudiar teatro.
Hay ciertos autores y temas clásicos modernos o contemporáneos que resuenan en determinadas etapas de la vida. Sería injusto nombrar algunos en olvido de otros. Todos tienen algo que decir”.
Amaya Forch, actriz y cantante: La hierba roja, de Boris Vian
“Tenía como 20 años cuando lo descubrí y desde ahí comencé a vivir una especie de obsesión con Boris Vian. Por años busqué y recolecté todo lo que escribió, no sólo sus novelas, sino que también sus canciones, poesías y escritos en ciertas revistas. Me demoré mucho tiempo en encontrar todo y lo hice por varios países. Lo mismo me pasó con Hanif Kureishi algunos años más tarde”.
Camilo Escalona, senador: Hijo de ladrón, de Manuel Rojas
“Revela las condiciones sociales y económicas de la pobreza y desnuda el drama de una familia en la que el padre, para generar ingresos, se dedica a la delincuencia, con el drama que eso supone para su hijo y su esposa.
Manuel Rojas es un escritor nacido en Argentina y radicado en Chile que dedicó su vida a relatar las condiciones de vida de los más pobres, de los humildes, de los desheredados, de las personas carenciadas de nuestra sociedad y desde mi punto de vista en esta novela él logra hacer una representación notable de las repercusiones que provoca en la vida de una familia el ejercicio de la delincuencia, por eso este libro tuvo en mi adolescencia un impacto tremendo”.