Por Fernando Ramírez Morales, fernandoramirezmorales@yahoo.com
Este viaje es un trayecto para describir el alma de una comunidad, un reto que ni siquiera Fray Francisco Menéndez intentó en el siglo XVIII. En este viaje correré varios riesgos. El primero, perderme. ¿Quién se puede adentrar en el alma de otros? El riesgo siguiente es que se levante un coro de contradictores a mis palabras y que, remedando a Patricio Manns, me canten, con guitarra incluida: ¿qué sabes tú de Hualaihué, si naciste tan lejos?
Pero de todos los riesgos, el mayor sería el aburrirlos. Haré mis mejores esfuerzos para evitar sus bostezos. Agradezco la invitación de La Tejuela y espero mantener un diálogo con sus lectores.
Sobre la historia
La memoria de una comunidad es algo vivo, pleno de presente. Todos los días y cada día, construimos la historia de otros y nuestra propia historia. En ese devenir diario se va entretejiendo el gran proceso, porque hay mucha más información sobre historia económica en el supermercado de la plaza que en las estadísticas de una oficina pública, porque son los hombres y mujeres de carne y hueso los que se juegan día a día por un mejor precio o reconocen con mayor perspicacia el momento económico, porque hay más historia política en la forma en que los vecinos resuelven un pleito comunal que en los discursos emitidos en el parlamento, porque, finalmente, hay más héroes reales en los alerceros, en los que trabajan en el mar, o en la madre que invierno y verano se desvive por dar una mejor vida a sus hijos, que en esos personajes políticos o militares que nos imponen los libros de historia del colegio.
La historia y su enseñanza deber ser algo vivo, algo que se conecte con la memoria y el sentir de los habitantes de un lugar. Y nada conecta más a las personas con su pasado y con su memoria que el recuerdo y el reconocimiento de los paisajes que les acompañaron durante sus vidas. Escribir la historia de un lugar es también describir la naturaleza de ese lugar. Al reconocer que la ecología y la historia transitan juntas, lo que hacemos es volver al gran hogar de nuestro pasado colectivo.
La personalidad geofísica de Hualaihué es la matriz que sirvió para configurar la identidad social y el imaginario colectivo de sus habitantes. Al recorrer la comuna, cada observador se encanta con las mil tonalidades de verdes, se sumerge en ese silencio ruidoso que produce la lluvia incesante y se adormece con el aletargador gris del cielo.
A muchos nos parece que al adentrarnos en su camino principal o al penetrar desde el borde costero, estamos llegando a un mundo nuevo y un sentimiento de descubrimiento colombino parece latir en el corazón. Las murallas de piedra que conforman esos fiordos pintados como enredaderas colgantes, los valles que las glaciaciones abandonaron anteayer y los bosques fríos y húmedos son la tarjeta de presentación de este territorio con reminiscencias de la época de los dinosaurios.
El relieve es básicamente la Cordillera de los Andes, que en esta sección estuvo intensamente sometida a la acción volcánica y durante el período geológico del Cuaternario quedó bajo un gigantesco bloque de hielos glaciares que la desgastaron y acusaron en la formación de ríos, fiordos, lagos y valles.
Desde el punto de vista de su denominación, Palena y Hualaihué son parecidos a una invención. Parece raro, pero lo explico. Es un territorio que, desde los primeros años republicanos, las autoridades no pudieron catalogar. Si se seguía la tradición colonial, debía ser parte de Chiloé. Pero al momento de la separación de España, sobre estas tierras nadie dijo nada.
A mediados del siglo XIX fue adherido tímidamente a Llanquihue, aunque (digámoslo claro) nunca muy reconocido por los de Puerto Montt. A principios del siglo XX se empieza a denominar como Chiloé Continental y a mediados del siglo XX aparecía como un pariente desconocido para los de Aysén.
Sólo a fines del siglo XX el Estado le reconoce una toponimia: se llamaría Hualaihué. No cabe duda de que Hualaihué, la joven Hualaihué, es una invención ingeniosa y caprichosa de la naturaleza y es también la expresión de voluntad de una comunidad por y para permanecer arrinconada entre los Andes Patagónicos y el mar y entre las abiertas llanadas trasandinas y los cerrados valles conformados por el glaciar.