Los vínculos de apego, como lo vimos anteriormente, resultan particularmente cruciales en la primera infancia, debido a que determinan de manera importante la personalidad que se desarrollará.
Por Federico Viertel, psicólogo de la Escuela Antupirén.
La personalidad: La “personalidad” o temperamento del niño influencia la vinculación. Si un niño es difícil de calmar o irritable, se le hará más difícil desarrollar un apego seguro. La habilidad del niño de participar en la interacción madre-hijo puede verse en riesgo debido a alguna condición médica, como ser prematuro, defectos de nacimiento o enfermedad.
Las conductas del cuidador o padres pueden afectar negativamente la vinculación: Padres que critican, rechazan e interfieren, tienden a tener hijos que evitan la intimidad emocional. Padres abusivos tienden a tener hijos que, al sentirse incómodos con la intimidad, se retraen. Es posible que la madre del niño no sea sensible a su hijo debido a depresión, abuso de sustancias, o porque se siente abrumada por problemas personales u otros factores que puedan interferir con su habilidad de “estar ahí” para el niño.
Un impedimento importante a la formación de un apego saludable, es el miedo: Si un niño se siente angustiado por un dolor, amenaza o un ambiente caótico, se le hará difícil participar, aunque sea en el marco de una relación de cuidado amorosa. Niños que viven en ambientes de violencia doméstica son vulnerables a desarrollar problemas de apego.
El “acoplamiento” entre los temperamentos y capacidades del niño y la madre es crucial: Algunos cuidadores pueden sentirse muy bien con un niño tranquilo, pero sentirse abrumados por uno irritable. El proceso de prestar atención, leer las señales no verbales, y responder a las mismas en forma apropiada, es esencial para mantener experiencias de vinculación que resulten en apegos seguros. A veces el estilo de comunicación y respuestas con que la madre está familiarizada, por sus otros hijos, puede que no se ajuste a su nuevo bebé. La frustración mutua de estar fuera de sincronización puede afectar negativamente la vinculación.
Un desarrollo anormal en el apego lleva una serie de trastornos en el niño a futuro. Entre ellos encontramos:
Retraso en el desarrollo: El vínculo entre un niño pequeño y sus cuidadores provee el mayor vehículo para su desarrollo físico, emocional y cognoscitivo. Es en este contexto primario que el niño aprende el lenguaje, las conductas sociales, y otras conductas claves necesarias para un desarrollo saludable. La falta de experiencias consistentes y enriquecedoras en la niñez temprana puede tener como consecuencia retrasos en el desarrollo motor, del lenguaje, social y cognoscitivo del niño.
Hábitos alimenticios anormales: Los hábitos alimenticios extraños son comunes, especialmente en niños con problemas severos de negligencia y apego. Estos podrían acaparar comida, esconderla en sus cuartos o comer como si no fuese a haber más comida, incluso cuando nunca les hay faltado el alimento. Es posible que lleguen a rumiar los alimentos (vomitar), tener problemas al tragar o manifestar hábitos alimenticios patológicos que a menudo son mal diagnosticados como anorexia.
Conductas calmantes primitivas: Para calmarse, estos niños emplean conductas inmaduras y bizarras, como morderse, golpearse la cabeza, mecerse, cantarse, arañarse o cortarse. Estos síntomas aumentan en momentos en que se sienten angustiados o amenazados.
Funcionamiento emocional anormal: Estos niños presentan una gama de problemas emocionales, incluyendo síntomas de depresión y ansiedad. Una de estas conductas comunes es el apego “indiscriminado”. Todos los niños buscan sentirse seguros. Si tenemos en mente que el apego es importante para la sobrevivencia, los niños pueden buscar apego (cualquier apego) para su seguridad. Personas no capacitadas, pueden pensar que estos niños abusados y maltratados son “amorosos” y que abrazan a personas que les son prácticamente extrañas. Los niños no desarrollan un vínculo emocional profundo con personas que apenas conocen; más bien estas conductas “afectuosas” son realmente comportamientos que buscan seguridad.
Modelaje inapropiado: Los niños copian la conducta de los adultos, aunque ésta sea abusiva. Aprenden que ésta es la forma “correcta” de interactuar con otros. Esto les causa problemas en sus interacciones sociales con adultos y otros niños. Por ejemplo, niños que han sido abusados sexualmente, pueden estar en mayor riesgo de ser nuevamente abusados. Varones que han sido abusados sexualmente, pueden convertirse en ofensores sexuales.
Agresión: Uno de los mayores problemas con estos niños es la agresión y la crueldad. Esto se relaciona con dos de los problemas principales en los niños que sufren negligencia: falta de empatía y pobre control de impulsos. Ellos realmente no entienden ni perciben lo que otros sienten cuando ellos hacen o dicen cosas hirientes. De hecho, a menudo estos niños sienten la urgencia de azotar y herir a otros, típicamente menos poderosos que ellos. Lastimarán a animalitos, niños más pequeños, pares o a sus hermanitos. Al ser confrontados con su conducta cruel y agresiva, estos niños podrían mostrar arrepentimiento (una respuesta intelectual), pero no remordimiento (una respuesta emocional).
Como conclusión podemos decir que es fundamental que los padres busquen apoyo en caso de necesitarlo, valiéndose de los profesionales existentes en su red (consultorio y escuela) para de esta forma diagnosticar e intervenir adecuadamente y a tiempo para que ese niño logre desarrollar un apego sano. Para esto es necesario que padres y cuidadores se capaciten en torno al apego temprano, a través de los servicios que entrega el Programa Chile Crece Contigo, por ejemplo, a través del CESFAM de Río Negro – Hornopirén.