Seguramente muchos lo han visto, en los últimos meses, caminando por las calles de Hornopirén. Varios lo conocen o han oído de él, considerando la cantidad de alumnos que pasaron por sus clases los cerca de 10 años que ejerció como director de la Escuela Nº 50 (hoy Antupirén) de Hornopirén.
Hablamos de Andrés Miguel McDonald, un amante de la naturaleza que llegó por esas cosas del destino, hacia 1970, a la antigua “Caleta Hornopirén”, lugar del que nunca se desprendió y al que hace poco regresó, de manera indefinida.
-Cuéntenos un poco de usted. ¿Dónde nació, se crió y estudió?
-Nací en Valparaíso, pero viví mi infancia, en la época de la Segunda Guerra Mundial, en la impresionante soledad de los faros australes, allá en el Estrecho de Magallanes, en los llamados “Faros del Fin del Mundo”, en medio de condiciones de vida rigurosas y extremas, sobre todo en esos años, y de una naturaleza salvaje y espléndida que marcó mi carácter y mi personalidad para siempre.
Mis estudios secundarios los hice en los Colegios Salesianos de Valparaíso y Concepción y los terminé en el Seminario Pontificio de Santiago, donde además estudié Filosofía. Continué mis estudios superiores y de perfeccionamiento, en diversas épocas, en la Universidad Católica de Santiago y en la Universidad de Chile, donde obtuve el título de Profesor de Estado. También hice un Postítulo en Administración Educacional en la Universidad Católica de Valparaíso.
Llevado por el entusiasmo de mi juventud decidí viajar a Europa, donde permanecí 7 años. Quería impregnarme de las raíces de mi cultura. Aproveché de estudiar dos años de Ciencias Pedagógicas en la Universidad de Louvain en Bélgica y trabajé como educador en Alemania en centros para niños y jóvenes conflictivos. También trabajé un tiempo como obrero en una gran fábrica alemana. Quería conocer las condiciones de vida de los obreros. Muy importante para mí fue mi larga experiencia como educador en el Movimiento Mundial Scout en Bélgica, Francia y Chile.
-¿Cómo llegó a Hornopirén?
-En 1970 buscaba algo especial para continuar mi vida, algo lejos del bullicio de las grandes ciudades y cerca de la naturaleza que tanto me atraía desde mi niñez. Lo encontré cuando pedí que me enviaran a trabajar como profesor a la pequeña escuela de Caleta Hornopirén, como llamaba la gente antigua a este lugar. Me vine atraído por una misteriosa intuición de mi destino. Quedé impresionado por la belleza sublime del lugar, por su soledad primordial, por la virginidad de su naturaleza, por el silencio de sus montañas… Pensé que había encontrado el lugar perfecto donde me quedaría a vivir para siempre.
-¿Cómo eran las condiciones de vida en aquel tiempo?
-Sería un lugar común mencionar las duras condiciones en que vivían los habitantes de la comarca en esos lejanos años. Todos ellos las conocieron. Yo las viví como director de la inolvidable Escuela Nº 50, a la que más tarde le coloqué el nombre de “Antupirén” en homenaje al bello lenguaje de la etnia original huilliche, a la que pertenecía una gran cantidad de nuestros alumnos. Creo que mi trabajo de profesor en esas duras condiciones, sobre todo los esfuerzos que teníamos que hacer para mantener funcionando el internado original, internado prácticamente privado y por el cual los profesores no recibíamos ninguna remuneración extra por todas las horas que dedicábamos a él después de nuestras clases, hizo que naciera una relación muy profunda con todos los apoderados. Pasé a ser uno más de los habitantes originales, como si hubiera llegado en el tiempo de los colonos. Recibí el cariño inmenso y sincero de los habitantes antiguos, hasta el día de hoy. Podía llegar de visita a cualquier casa y nunca era un forastero. Eran las condiciones ideales para quedarme a vivir aquí para siempre, pero las trágicas circunstancias políticas que se avecinaban nos cambiarían la vida a todos.
-¿Cómo era el pueblo de Hornopirén hacia 1970?
-Lo que existía en el Hornopirén de aquella época lo habían conseguido o construido con su esfuerzo, a partir de la década del 30, los antiguos colonos: la escuela, el internado, el retén, el cementerio, el Registro Civil, la posta de primeros auxilios, la Alcaldía de Mar, los puentes de vigas de madera sobre los ríos, los senderos de penetración, la cancha de aterrizaje. Hasta los antiguos alumnos de la escuela trabajaron en esta última, retirando las piedras junto a su profesor Siebald, para despejar el terreno. No dejaban de soñar los antiguos colonos. Hornopirén era cabeza del d istrito y sabíamos que alguna vez se convertiría en el centro de algo importante. Y siempre conversábamos sobre la posibilidad de construir un camino hacia Puerto Montt.
-¿Por qué se fue de Hualaihué?
-Durante mi estadía en Hornopirén se produjo el Golpe Militar, que al final fue la causa de mi alejamiento. El Golpe fue muy duro aquí y causó gran sufrimiento a muchos habitantes. Durante el Gobierno Militar se comenzó la construcción del camino que tanto habíamos soñado, pero pagando a los trabajadores de ese duro trabajo un sueldo miserable, por el sistema del PEM. Eso no hubiera sido posible en un gobierno democrático. También se creó la nueva comuna de acuerdo a planes de regionalización del país cuyos estudios habían comenzado en gobiernos democráticos anteriores. Y Hornopirén se convirtió en capital de la nueva comuna de Hualaihué.
Hacia fines de 1980, cuando llegaron los primeros funcionarios municipales, Andrés Miguel decidió que era el momento de irse:
-Todos sabían que yo no había apoyado al Golpe Militar. Los nuevos funcionarios municipales evidentemente habían sido todos nombrados por el Gobierno Militar y lo apoyaban. Seguramente como Director de la Escuela Antupirén iba a tener problemas con ellos porque me iban a exigir lealtad absoluta, algo que no podía darles. Por eso me fui de este lugar tan querido para mí, abandonando todos mis proyectos originales, aunque nunca pude olvidarme de los años trabajados aquí y del cariño de sus habitantes. Y siempre, desde lugares lejanos, seguí atento a todo lo que sucedía en Hornopirén.
En gran parte, esa conexión permanente con la zona se debió a que, mientras estuvo aquí, Andrés Miguel adoptó como hijo a uno de sus alumnos de la escuela, René Miguel.
-¿Qué hizo en los años que siguieron?
-Después de mi partida de Hornopirén continué perfeccionándome en educación y trabajé varios años como profesor de francés en colegios de Puerto Montt. Finalmente volví a Valparaíso, donde fui nombrado Director de la Escuela de Niñas Ramón Barros Luco, la más emblemática de esa ciudad y la más grande de Chile, lo que me significó una gran experiencia. Allí jubilé.
Posteriormente, Andrés Miguel se trasladó a Santiago, donde escribió un libro de reflexiones científicas, filosóficas y religiosas titulado Magnolias y Senderos, el que espera publicar prontamente. En él aparecen sus memorias, incluyendo los años que pasó en Hornopirén.
Después de más de 30 años de haberse ido de Hornopirén, Andrés Miguel regresó el 2011, impulsado “un poco por la nostalgia y el llamado de mis nietos. También, por el deseo de gozar de nuevo de su gran belleza natural en un ambiente de libertad, tal como era cuando llegué a este lugar por primera vez. Aunque no sé si esta vez me quedaré de manera definitiva, todo depende de mi salud”, comenta.
-¿Qué opinión se ha formado de este nuevo Hornopirén?
-He visto muchas actividades culturales hermosas que se hacen ahora, actividades que antes sólo podíamos soñar. También muchas obras de adelanto material. He conocido a personas muy entusiastas trabajando por su progreso. Sin embargo, me apena la gran ocasión que se desperdició al comienzo. Participar en la creación de un nuevo pueblo es una oportunidad única en la vida de alguien. Era el momento preciso para haber soñado en grande y haber diseñado un pueblo con características urbanas únicas y especiales. Las condiciones geográficas, de abundancia de terreno y de muchos otros aspectos favorables estaban dados en esos momentos. Pero para eso se necesitaba audacia, mucha imaginación, incluso mucha inspiración poética en los primeros funcionarios responsables. Parece que nada de eso existió en ellos porque se planificó un pueblo igual a todos los pueblos de Chile, sin estilo urbanístico, sin nada propio y original, tal como se habían planificado todos los pueblos desde los tiempos de la Colonia. Sólo lo salva su prodigiosa belleza natural.
Aunque, para ser justo, debo decir que todo comenzó en la burocracia de lejanas oficinas estatales donde funcionarios sin amor por este lugar lo comenzaron a diseñar sobre un mapa, sin consultar a sus habitantes, y armados solo de una regla.
Creo, sin embargo, que todavía es tiempo de rectificar errores y de convertir a Hornopirén en un poema urbanístico único y original.