Por Federico Viertel, psicólogo de la Escuela Antupirén de Hornopirén
En su obra Las metamorfosis, el poeta latino Ovidio cuenta la historia del escultor Pigmalión, que esculpe una figura de mujer, de la que se enamora y a la que nombra Galatea. Tanto era su amor por la escultura, que la trataba como si tuviese vida. Afrodita, la diosa del amor, se compadece de Pigmalión y le da vida a Galatea.
El Efecto Pigmalión es el proceso por el cual las creencias y expectativas de una persona o grupo de personas con respecto a otra, o las creencias que uno tiene sobre sí mismo, afectan de tal manera la conducta de la persona en cuestión, que ésta tiende a confirmar las expectativas creadas o imaginadas mediante su comportamiento y rendimiento. El Efecto Pigmalión requiere de tres aspectos: creer firmemente en un hecho, tener la expectativa de que se va a cumplir y acompañar con mensajes que animen su realización.
En nuestras vidas se nos presentan personas significativas que de una u otra forma generan un cambio en nosotros: nos inspiran, nos motivan de manera positiva y/o negativa, influyen en nuestra percepción del mundo o de nosotros mismos y, en especial, en lo que podemos o no lograr. Nuestros padres, profesores/as, amigos/as, compañeros/as, pololos/as, empleadores/as, de manera indirecta e implícita, nos entregan información de quiénes somos y qué podemos hacer. En base a esa información reforzamos nuestro comportamiento, manteniéndolo en el tiempo.
Un ejemplo de este efecto es el experimento llevado a cabo en 1968 por Robert Rosenthal y Lenore Jacobson, titulado Pigmalión en el aula. El estudio empezó cuando Rosenthal y Jacobson le informaron a un grupo de profesores de básica, al comienzo del año escolar, que a sus alumnos se les había hecho un test de inteligencia.
Luego se les dijo a los profesores cuáles eran los alumnos que habían obtenido los mejores resultados. Se advirtió a los profesores que estos alumnos serían los que mejor rendimiento obtendrían a lo largo del curso, aunque al comienzo pareciera que les costaba adquirir los conocimientos.
Al final del curso se confirmó que el rendimiento de estos alumnos “especiales” fue mucho mejor que el de los demás. Pero la verdad es que los investigadores jamás realizaron dicho test de inteligencia al inicio de curso. Los alumnos “brillantes” habían sido elegidos al azar, sin tomar en cuenta sus aptitudes. ¿Cómo es posible que alumnos corrientes fueran los mejores de sus cursos al término del año?
A partir de las observaciones durante el proceso, Rosenthal y Jacobson constataron que los profesores se crearon tal expectativa sobre esos alumnos, que actuaron a favor de su cumplimiento. De alguna manera, los maestros trataron de modo distinto a estos alumnos, motivando de un modo especial al grupo de “inteligentes”, llevándoles a confirmar lo que les habían dicho que sucedería: que eran los mejores. Les sonreían más que a los otros, les daban más posibilidades cuando algo les era difícil, etc.
Estos alumnos, al ser tratados de un modo distinto, respondieron de manera diferente, confirmando así las expectativas de los profesores y proporcionando las respuestas acertadas con más frecuencia.
Potenciando el desarrollo de las aptitudes
La actitud de los padres y profesores tiene una gran influencia sobre los alumnos. Por eso es conveniente que ambas partes conozcan bien las cualidades y capacidades de los niños. El simple deseo de conseguir algo no lo crea de la nada. Lo importante es conseguir que la expectativa del docente sea capaz de poner en marcha el desarrollo de una capacidad del alumno. Por ejemplo, si se detecta que un alumno tiene aptitudes para el deporte, habrá que hacérselo ver y motivarlo. Lo mismo es aplicable en el ámbito familiar. Cuando un niño cree que es capaz de algo, y la actitud de sus padres y profesores refuerza esa fe, su motivación y su autoestima cobran más fuerza.
Muchos estudiantes no son buenos en determinadas competencias, pero eso no quiere decir que sean malos en todas. Existe el peligro del “etiquetaje”: un Efecto Pigmalión negativo. Esto se da cuando los profesores catalogan a un alumno de mal estudiante por sus resultados en ciertas asignaturas. El alumno, al percibir esta idea que tienen de él, se cataloga a sí mismo de esa manera, y acaba siendo un mal estudiante.
El Efecto Pigmalión en el aula tiene una gran influencia sobre la autoestima de los estudiantes y sobre el desarrollo de sus capacidades. Los profesores deben ser conscientes de la fuerte influencia que tienen sus actitudes, sus palabras y sus reacciones sobre los alumnos.
Esto es especialmente relevante considerando que la enseñanza tradicional, en la que lo importante es la transmisión del conocimiento, está quedando relegada a un segundo plano. Actualmente se está incidiendo en la necesidad de formar más y mejor al personal docente en el ámbito pedagógico, ya que la educación no consiste en transmitir conocimientos, sino que en procurar que los alumnos desarrollen al máximo sus capacidades mediante la adquisición de esos conocimientos.
Asimismo, las instancias de retroalimentación entre padres y profesores, como las reuniones periódicas, permiten reforzar y comprender de mejor manera el real potencial de los niños/as.