Hablar de salud en Hualaihué es hablar de largos viajes caminando, arriba de un caballo, o en bote, para llegar a atender a un enfermo o a una mujer a punto de dar a luz. Es hablar de personas que dedicaron, si no su vida entera, gran parte de ella a curar a los demás. Y a aportar para que en la comuna de Hualaihué las condiciones de salud mejoraran día tras día, algo que sin duda se ha logrado, pese a que aún queda mucho por hacer.
Al pensar en el pasado, muchos mencionan a Eudulio Antiñirre (1910 – 1989). Nacido en Puerto Varas, llegó a Hornopirén en 1921, donde se casó con Clara Pröschler, con quien tuvo cuatro hijos. “La gente lo recuerda como un hombre muy inteligente, juvenil y de un gran corazón. Como un verdadero samaritano. A don Eudulio se le conoció como el único médico del incipiente pueblo de Hornopirén, donde no había posta ni auxiliar paramédico”, describe el profesor de la Escuela Antupirén Isaías Leiva, quien investigó acerca de la vida de Eudulio Antiñirre para su blog (http://hornopirenhistorico.blogspot.com).
Según lo recabado por Isaías Leiva, Eudulio estudió medicina general a través del libro argentino “Consejero médico del hogar” de Humberto O. Swartout, en el que se describían distintas enfermedades con sus respectivos tratamientos.
“La gente comenta que todo lo que aprendió lo puso a disposición de la comunidad. Si tenía que viajar cuatro horas a caballo para colocar una inyección, lo hacía. Todo esto hizo que la gente confiara en su conocimiento y acudiera con frecuencia a su casa para la curación de diferentes enfermedades como dolores de muelas (mandó a hacer una silla especial para sacar muelas a don Onofre Hueicha), resfríos, hombres accidentados en labores madereras (cortes con hachas), dolores de estómagos, etc. Si la enfermedad era muy grave, don Eudulio se las arreglaba para trasladar los pacientes al hospital de Puerto Montt, enviando una carta en la que explicaba los síntomas y el tratamiento que había aplicado”, continúa Isaías.
En Hualaihué Puerto
Otro personaje muy recordado por la comunidad es Abraham Ulloa, quien llegó aproximadamente en 1970 a Hualaihué Puerto, proveniente de Melinka, donde había estado trabajando por seis años. Anteriormente había hecho su práctica en el Hospital de Castro y había trabajado en el Hospital de Puerto Montt y en el Hospital del Salvador de Santiago. Llegó a ocupar el lugar de Rufina Otárola (señora “Pina”), quien también trabajó por varios años como paramédico en Hualaihué Puerto.
Abraham Ulloa conoció en Puerto Montt a Cristina Almonacid, quien se fue a vivir con él a Hualaihué Puerto cuando él llevaba cerca de diez años ahí. Tuvieron una hija, Nadia Ulloa, ingeniera comercial que actualmente trabaja en el DAEM (Departamento Administrativo de Educación Municipal) de Hualaihué.
Don Abraham se quedó en Hualaihué Puerto hasta que murió a los 78 años, trabajando en la posta hasta 1990. Ocupa un lugar en la memoria de sus vecinos y de personas de toda la comuna, como alguien muy bondadoso y trabajador. Eso lo confirmó su viuda, Cristina Almonacid, cuando la entrevistamos para la Revista La Tejuela de marzo – abril de este año: “Abraham trabajaba las 24 horas del día. No importaba si eran las dos o las tres de la mañana, si había una urgencia él partía. Como por mucho tiempo fue el único, le tocaba hacer de todo y atender a gente de todas partes, desde Cholgo hasta Contao. Le mandaban caballos para que él fuera a ver a los pacientes cuando estaban muy graves. Hasta de cerca de Chaitén venían personas que sabían que acá había alguien que los podía salvar si estaban muy mal”.
Al igual que Eudulio Antiñirre, don Abraham trasladaba a Puerto Montt a los pacientes más graves (en lancha o incluso en avión), mientras que los que requerían de cuidados menores se quedaban en casas contiguas a la posta que hacían las veces de hospital, porque en la posta -que fue repuesta en 1994- no había más que una camilla y la cama del paramédico.
Pese a que durante los ’80 y ’90 se fueron reponiendo las otras postas rurales de la comuna (Contao en 1989, Aulen en 1991 y Rolecha en el 2004), por varios años mucha gente siguió yendo a Hualaihué Puerto a atenderse con Abraham Ulloa.
Las parteras
Antes de que llegaran Eudulio Antiñirre y Abraham Ulloa, pero también de manera contemporánea a ellos, e incluso de forma paralela a los primeros médicos cirujanos que trabajaron en la comuna, mujeres expertas en “matronear” ayudaban a las demás a tener a sus hijos. No hay que olvidar que el promedio de hijos que se tenía antiguamente rara vez bajaba de los siete y podía llegar a los quince o incluso más.
Una de estas señoras es Cornelia Coñuecar Garay, hoy de 82 años, quien ayudó a dar a luz a más de treinta niños. Dice que aprendió el oficio de partera “con libros”, que sabía arreglar a las guaguas cuando “venían mal” y que a veces atendía hasta dos partos en la noche, pero que para tener a sus hijos otras señoras la ayudaron.
“El primer parto que recibí fueron gemelos, de una señora que se llamaba Micaela Ruiz, hermana de la comadre Mema Ruiz que vive en Cuchildeo. En total recibí a más de 30 guaguas, a la misma Nery (Castro, su nieta, encargada de la Oficina de Correos), a Pablo Vargas Ruiz, que es sacerdote, y a hartos chicos más que ya ni me acuerdo… Ayudaba a las mujeres de cerca y de lejos, a veces me venían a buscar con caballos y una vez recibí una guagua en una lancha chica frente a la escuela”.
La Posta de Hornopirén
El Consultorio General Rural de Río Negro-Hornopirén, que actualmente está desocupado debido al traslado del equipo de salud al nuevo Centro de Salud Familiar (CESFAM), en sus inicios fue una posta. Construida en 1982 en un terreno donado por Pedro Maldonado, el primer paramédico en habitarla de manera permanente fue Enzo Almonacid, quien dejó el rubro de la salud hace años pero sigue viviendo en Hornopirén.
Antes de que él llegara, entre los años 65 y 73 aproximadamente, hubo un paramédico de Carabineros, Omar Peña, del que muchos se acuerdan por su buena disposición. Se retiró junto con Carabineros cuando fueron trasladados a Contao tras el golpe militar. El primer retén, emplazado donde hoy está el liceo, databa de 1938, año en que la misma comunidad lo construyó. Cada cierto tiempo venían también a vacunar y a atender congregaciones religiosas y estudiantes de medicina y odontología. Durante el régimen militar llegaban los operativos militares de salud.
Raúl Vera, actual director del DAEM, quien llegó a la comuna en 1976 como profesor de la Escuela Nº 50 (Escuela Antupirén en la actualidad), relata que “antes de que hubiera un practicante en la posta, cuando los niños se enfermaban, o los sacabas en la lancha que salía los domingos y regresaba los viernes, o mandabas a alguien a caballo a El Varal, donde estaba el CMT (Cuerpo Militar del Trabajo) y tenían radios para llamar a una lancha para que los vinieran a buscar si estaban muy graves. Además, los paramédicos del CMT, cuando venían en lanchas a atender a su gente que estaba construyendo la carretera, trabajaban en la escuela. Yo les pasaba mi dormitorio y ponían una sabanilla en mi cama para atender. En la sala de al lado hacían procedimientos como sacar dientes a los veteranos y pinchar a los niños; también nos dejaban remedios y explicaciones”.
Enzo Almonacid se acuerda de que en los primeros años que trabajó como paramédico en la recién construida posta estuvo “totalmente solo, hacía desde el aseo hasta los controles de niño sano. En ese tiempo la única forma de comunicación era la radio y la única que existía era la de CONAF, que tenía poco alcance, entonces había que ir puenteando de localidad en localidad para conseguir un avión y trasladar a los pacientes más graves.
Posteriormente la municipalidad compró una radio con más alcance y teníamos comunicación directa con el hospital. Después el servicio de salud compró una que instalamos en la posta y con la que teníamos comunicación radial todo el día, eso fue la máxima modernidad. Entonces solicitábamos lanchas rápidas para trasladar a los pacientes más graves, pero el 90% de las emergencias se trasladaban por aire, ya sea por aviones de la FACH o helicópteros de Carabineros. Los pacientes se llevaban a la pista de aterrizaje en una carreta de bueyes”.
Eso fue hasta que la Carretera Austral estuvo terminada, entre el 84 y 85. Enzo destaca que en esos años el trabajo entre la posta, el municipio y la comunidad fue muy fluido, gracias a lo cual se logró avanzar considerablemente en salud: “Partimos abordando el tema de la higiene: no había servicios higiénicos de ningún tipo, no había agua potable ni luz eléctrica, todo era muy primitivo. Pero de a poco, en un trabajo conjunto con la comunidad, la municipalidad que llevaba un par de años, los profesores y la CONAF -en ese momento no había Carabineros ni Bomberos-, logramos mejorar las condiciones de higiene, siendo lo primero la instalación de tres mangueras de agua, una en la plaza, otra cerca de donde está hoy el antiguo Policlínico Santa Teresita de Los Andes y otra cerca de la posta. Eso fue la base de lo que es hoy el Comité de Agua Potable Rural. Así, poco a poco se produjo un cambio en la localidad, con harto trabajo con los niños, la juventud y con los padres, para que mandaran a sus hijos a la escuela y para evitar los embarazos adolescentes, que eran impresionantemente frecuentes… A eso se sumaron las campañas que hicieron luego los médicos, las enfermeras y las matronas cuando empezaron a llegar”.
En cuanto a las otras postas de la comuna, si bien había paramédicos, éstos no duraban mucho, a excepción de unos pocos como el ya mencionado Abraham Ulloa y Miriam Levín en Contao, quien continúa en su puesto hasta el día de hoy. Las rondas en bote, a caballo o incluso caminando eran parte habitual de la rutina de Enzo. Las rondas que incluían médico, matrón, enfermera, dentista y nutricionista se realizaban a bordo de buques de la Armada, primero dos a tres veces al año y luego de manera mensual.
Los primeros médicos
“En las reuniones mensuales del equipo médico rural con la gente de las postas solicitamos la contratación de un médico para Hornopirén, porque la población había crecido enormemente. Estamos hablando del boom del loco, de la merluza, que hicieron que la población permanente creciera y que llegara una gran cantidad de población flotante”, acota Enzo Almonacid. A eso hay que sumar el arribo y expansión de la salmonicultura.
Así fue como en el año 1987 aproximadamente llegó el primer médico contratado por el Servicio de Salud: Juan Castro. Luego, en enero de 1989, llegó el doctor Francisco Luna. Ese mismo año se amplió la posta.
“Llegué después de egresar en Valparaíso, con un cambio absoluto de estilo de vida, dejando la ciudad y las comodidades que además de básicas parecían obvias… Era una mañana soleada, que luego comprendí que era de las pocas durante el año. Alojé durante un buen tiempo en el Hotel Hornopirén, donde la señora Oli me acogió junto a su familia con cariño y dedicación”, cuenta Francisco Luna desde Concepción, donde trabaja como neurocirujano.
“Mi lugar de trabajo era una posta, o casi una posta, con unas piezas derruidas. Nuestro equipo de trabajo se componía de un enfermero y un técnico paramédico, que ante todo eran ejemplos de esfuerzo y esperanza. Hicimos los esfuerzos más increíbles navegando, cruzando ríos, preparando rondas al amanecer, rescatando familias de islas (…) Sin duda fue el trabajo que más me ha enseñado, porque aprendí a convivir con el aislamiento, las necesidades extremas de la gente, templando el espíritu y amando ese mundo que aún se escapa de la locura citadina”, agrega.
El doctor Luna, quien estuvo hasta 1991 en Hornopirén, tras lo cual fue trasladado a Los Muermos, describe las condiciones y principales avances de esos años: “Sólo existía un teléfono -operado por Manuela Velásquez, esposa del entonces alcalde Osvaldo Oelckers-, en que la privacidad no era tema, mientras todos los demás esperaban su turno para comunicarse con el mundo. De luz ni hablar. Creamos varias postas y estaciones médico rurales, siendo la más lejana la de Vodudahue. Antes de realizar las gestiones para conseguir el buque de la Armada “Cirujano Videla”, las rondas se realizaban en chalupas y luego en la lancha “Antupirén” de la municipalidad. Posteriormente llega una ambulancia que, mirando hacia atrás, me parece increíble, porque algunas veces incluso fui el chofer, médico y paramédico. Fueron apareciendo el motor electrógeno con extensión progresiva, la posta nueva en Contao, la iglesia nueva recién se iniciaría”.
Afirma que “sin duda, las principales enfermedades tenían que ver con falta de higiene, de alcantarillado, luz y agua potable en muchas localidades; infectocontagiosas, gastrointestinales, respiratorias, dermatológicas. Recuerdo el primer parto que atendí en una casa, apoyado por la luz de una vela; el traslado en avioneta de un recién nacido con una incubadora improvisada que no era más que un bolo de cocina, con un guatero y alguna frazada. Recuerdo, aún con dolor y angustia, una isla donde, junto al equipo del “Cirujano Videla”, encontramos una familia en completa miseria y hacinamiento, con una madre ausente, por lo que con las hermanas de la Compañía de las Hijas de la Caridad coordinamos el traslado de los niños, hasta donde supe alguno de ellos llegó a vivir a un nuevo hogar en Italia. Recuerdo cómo tuve que asociarme con una partera para “negociar” la mejor atención de los partos…”.
Un reportaje publicado por el Diario La Segunda el 21 de septiembre de 1989, en el que se describía el trabajo de los funcionarios de la salud en la zona de Chiloé y “Chiloé Continental”, complementa la información entregada por Francisco Luna: “En esta zona, los índices de mortalidad infantil son casi cuatro veces superiores al promedio nacional. Las embarazadas son todas “de riesgo” y apenas la mitad de los partos logran ser atendidos profesionalmente. Los demás, quedan en manos de las ‘parteras’ y de la naturaleza. Hay lugares, como Rolecha, donde jamás se había vacunado a los niños”. En el mismo reportaje se afirma que el doctor Luna guardaba las vacunas en “una empresa cultivadora de salmones” que había al lado de la posta, donde estaba el único grupo electrógeno de ese entonces.
Crecimiento sostenido del equipo de salud
Entre 1987 y 1991 la administración de la salud en Hualaihué estuvo a cargo de la municipalidad, pero luego volvió al Servicio de Salud Llanchipal -actualmente del Reloncaví-, que la maneja hasta hoy. “Cuando llegué, avanzado el año 1989, formaban el equipo de salud tres paramédicos, una auxiliar de servicio, un chofer, un médico (Francisco Luna) y una matrona. Ahora somos cincuenta en toda la comuna”, compara Marcela Soto, la primera administrativa en integrarse al equipo, quien continúa trabajando, ahora en el nuevo CESFAM.
Ella alcanzó a estar un año municipalizada: “La municipalidad tenía sus trabajadores y el servicio los suyos (médico y matrona), pero al volver la salud al servicio tuvimos que decidir entre la municipalidad y el servicio. Fui de las pocas que optó por el servicio”.
Marcela ha sido testigo del sostenido crecimiento del equipo de salud desde aquellos años: “No había dentista, sólo los estudiantes que venían a hacer sus pasantías durante los veranos, hasta que llegó la doctora Isabel Maluje en 1992. Había paramédicos en las demás postas, uno por posta, pero a veces se iban y quedaban meses sin nadie. Años después llegó una matrona a Contao y se aumentó a dos paramédicos allá. Recién el 2006 llegó un médico a Contao, el doctor Cristián Lovera. Ahora contamos con cuatro médicos en Hornopirén y uno en Contao, dos dentistas, dos kinesiólogas, un tecnólogo médico, una nutricionista, dos enfermeras, dos matrones, cinco administrativos, más auxiliares de servicio, tres choferes, más los paramédicos de Hornopirén y de las postas”.
Después de Francisco Luna llegó el doctor Pedro Morales, quien fue reemplazado por Pedro Goles. Luego se sumó el doctor Daniel Kinzel. A partir de ese momento la dotación de médicos aumentó a dos. “Llegué en el 93, trabajé un tiempo con Pedro Goles, hoy anestesista en Santiago, y luego con Tomás Baader, siquiatra en Valdivia en la actualidad. Estuve hasta el 96”, cuenta Daniel Kinzel, quien hoy es dermatólogo y trabaja en Puerto Varas.
El grupo electrógeno funcionaba entre las cinco de la tarde y las once de la noche, pero aún no se podía tener un refrigerador en las casas. Si bien ya estaba lista la Carretera Austral, “gran parte de la atención rural se hacía vía “Cirujano Videla”, porque no había comunicación terrestre ni con Aulen, Rolecha, Tentelhué, ni Hualaihué Puerto, sectores donde se atendía a mucha gente. A Contao íbamos una vez a la semana, ocasión en que se concentraban muchos pacientes”, dice Daniel Kinzel.
El 95% de los traslados se hacían de manera terrestre, pero por el pésimo estado del camino las ambulancias -en ese tiempo había dos- constantemente se echaban a perder y en más de una ocasión se tuvo que trasladar a pacientes en los vehículos particulares de los doctores. A ese problema había que sumar la poca frecuencia con que pasaba el transbordador entre La Arena y Puelche. “Después de las seis o siete de la tarde te quedabas sin opción de traslado, lo que era una gran complicación para nosotros, porque había que ingeniárselas con lo poco que teníamos”, acota Kinzel.
Destaca que él, como director del consultorio, se preocupó fuertemente de impulsar el convenio con las hermanas de la Compañía de las Hijas de la Caridad: “No existía ningún lugar donde tener los pacientes y estábamos en condiciones de aislamiento mucho peores que las de ahora. El último año que estuve inauguramos la ampliación del policlínico y se contrató a la primera auxiliar paramédico para que trabajara ahí: Irene Aguilar, quien luego estudió enfermería y actualmente es directora del CESFAM. Creo que es necesario reconocer la labor de las hermanas, especialmente de sor Alessia Argeolas, quien estaba a cargo del policlínico y que estuvo veinte años de su vida trabajando en Hornopirén”.
Las hermanas habían instalado el Policlínico Santa Teresita de Los Andes hacia 1987. En 1989 se hizo cargo de él sor Alessia Argeolas, originaria de Italia. En 1996, cuando se amplió, se pasó a llamar Centro de Salud Santa Teresita de Los Andes. Y una vez que las hermanas se retiraron y el Servicio de Salud les arrendó las instalaciones, en el 2007, se le cambió el nombre a Centro de Corta Hospitalización Santa Teresita de Los Andes.
Daniel Kinzel explica que una de las razones para darle fuerza al centro de las hermanas fue la necesidad de erradicar los partos domiciliarios, una pesadilla para el Servicio de Salud. En esa época llegó a Hornopirén el matrón que sigue atendiendo hasta hoy: Teodoro Moya. También se armó el laboratorio básico del consultorio.
El desafío de implementar y hacer funcionar la maternidad recayó después en el doctor Leonardo Fernández, quien trabajó en la comuna entre el 96 y el 2000, sucediendo a Kinzel como director: “Eso nos demandó mucho trabajo para que lo que resultara fuera de buena calidad y seguro para la comunidad, especialmente por lo trascendental del período perinatal y por lo aislados que estábamos”, dice Fernández, hoy oftalmólogo del Hospital de Puerto Montt. Por lo mismo, en esos años sor Alessia implementó considerablemente el Centro de Salud, con máquinas de anestesia, un monitor cardíaco, desfibriladores, ecógrafo, equipo de rayos, un pabellón e instrumental quirúrgico, etc., con lo que se pudo armar un sistema de atención de urgencias, de hospitalización, un laboratorio y finalmente la maternidad.
En ese entonces el espacio y el personal ya eran insuficientes para la cantidad de personas que se atendían y el crecimiento sostenido de la población de Hornopirén: “El proyecto del CESFAM nuevo nosotros lo presentamos a la SERPLAC (Seremi de Planificación y Coordinación) hace catorce años”, afirma Kinzel.
En cuanto a los problemas de salud principales, Daniel Kinzel recuerda que “en ese momento las salmoneras eran algo medianamente bullante, se atendían hartas enfermedades ocupacionales, estaba la planta de Ventisqueros, Chisal (Multiexport) y Best Salmon en Cholgo. Pero siempre lo más problemático fue lo obstétrico, también muchos traumatismos y accidentes en general”.
El doctor Kinzel vivió de cerca la gran falencia en salud bucal que existía en la comuna, puesto que en Hornopirén conoció a su esposa, la dentista Isabel Maluje, quien se había integrado al consultorio un año antes que él: “Isabel llegaba de las rondas con las manos acalambradas de tanto sacar muelas… Ella partió con los programas dentales para los escolares de primero básico, la fluoración, etc., y con los programas de salud bucal para las embarazadas, que eran los grupos donde se podía generar algún impacto a futuro. Era brutal cómo trabajaba”.
Entrando al siglo XXI
Luego llegaron otros doctores, varios de los cuales volvieron a la región tras hacer su especialidad, como el mismo Fernández, el traumatólogo Manuel Campos, el neurocirujano Pablo Carmona y el dentista Boris Ibaceta, quienes trabajan en Puerto Montt.
“Llegué el 1 de abril del 98 y estuve hasta el 31 de marzo del 2001, junto a Manuel Campos. Reemplazamos a Iván Becerra y Andrés Steuer y quedamos nosotros y Leonardo Fernández, que había llegado dos años antes. En esa época ya eran tres los médicos. Además había un dentista -Roberto Letelier, quien después fue reemplazado por Boris Ibaceta-, Teodoro Moya, una enfermera y el personal estable del consultorio”, expresa el doctor Pablo Carmona.
Cuando él llegó desde Concepción, todavía no había luz el día completo y el agua se cortaba frecuentemente. Tenía un televisor con una antena que le permitía ver dos canales y si bien había teléfonos en las casas, había que llamar a una mesa central para poder hacer llamadas fuera del pueblo, sistema que colapsaba en ciertos horarios.
“Lo más difícil en lo personal y para el trabajo es que había sólo un transbordador que hacía cuatro pasadas al día. Muchas veces llegabas justo, se llenaba, y tenías que esperar cuatro horas o hasta el día siguiente para el próximo. Claro que para el traslado de pacientes teníamos la opción de la pasada especial, que usábamos bastante, con un alto costo para el servicio. Obviamente que con mal tiempo no había pasada y como no existía el camino por Puelo (éste se terminó hacia el 2002), no había nada que hacer. Muchas veces me tocó operar solo, fundamentalmente cesáreas”, relata Carmona.
De los tres médicos, por lo general uno siempre estaba de ronda, a veces en compañía del matrón y/o de la enfermera, por lo que la carga de trabajo era alta tanto para el que salía como para los que se quedaban, que debían atender sus fichas, tomar muestras de sangre y orina, procesarlas, hacer los controles de niño sano, etc. Continuaban las rondas en el “Cirujano Videla”. “Esa ronda se hacía una vez al mes y duraba tres días, en los que se visitaban las localidades de Llanchid, Puerto Bonito, Quiaca, Huinay, Vodudahue, Rolecha, Aulen, Chauchil, aunque no todos los meses llegábamos a todas partes. De hecho, a mí me tocó la última ronda médica en el antiguo “Cirujano Videla”, el mismo en el que anduvo Juan Pablo II cuando vino a Chile. Después ese barco se dio de baja y la Armada compró otro que sigue haciendo rondas médicas, pero en Chiloé principalmente”. Ese nuevo buque pasó a llamarse “Cirujano Videla” en el 2006.
Cuando el “Cirujano” se dio de baja a fines del 98 -tras 32 años de servicio-, tuvieron que arreglárselas por tierra, yendo en camionetas por las huellas, esperando que bajara la marea para pasar por ciertos lugares de la costa. Las visitas a las islas las hacían con la lancha municipal.
La maternidad
“El primer parto me tocó atenderlo a mí. Hacíamos también cirugías menores y atendíamos a pacientes traumatizados graves, dábamos anestesia general en algunos casos, incluso en las cesáreas cuando se complicaban. Resolvíamos bastante, lo que nos permitía hacer menos traslados”, acota el doctor Carmona.
Así, finalmente los partos pudieron ser atendidos casi en su totalidad por profesionales, quedando los partos domiciliarios prácticamente en el pasado. Pablo Carmona explica que desde entonces hasta ahora la política del servicio de salud en torno a este tema ha cambiado enormemente: “Se creó esa maternidad para que los partos normales fueran atendidos en Hornopirén y los partos con patologías en Puerto Montt, pero como atendíamos partos teníamos que tener un pabellón y estar preparados para las cesáreas de urgencia. Yo debo haber operado unas doce en los años que estuve. Eso sí, sólo operábamos cesáreas de urgencia, no electivas, ésas se mandaban a Puerto Montt. Por suerte nunca me pasó nada, pero la verdad es que no lo volvería a hacer. En ese sentido, la política del servicio y del Ministerio de Salud ha cambiado por un tema médico – legal y también por un cambio en la formación de los médicos, ya que antes nos preparaban más como cirujanos”.
Hoy, todas las embarazadas deben trasladarse al Hospital de Puerto Montt antes de las 37 semanas, para evitar riesgos innecesarios para madres e hijos.
Otros problemas médicos que recuerda Pablo Carmona son la alta incidencia de pediculosis, sarna y parásitos en general que existía, además de la mala salud dental, que lo obligó a sacar muelas en más de una ocasión cuando el dentista no estaba. También, el alto nivel de violencia intrafamiliar, abuso sexual de menores, endogamia, alcoholismo y suicidios.
Un gran avance en cuanto a la salud dental significó el Módulo Dental de la JUNAEB que se instaló hace unos 12 años.
Hacia el fin de la estadía del doctor Carmona, el panorama en Hornopirén había cambiado bastante: “Se arregló el problema del agua, hubo luz todo el día, todavía no llegaba el celular pero sí hubo más líneas, llegó la radio -con el doctor Campos y Román empezamos con el programa de salud en la radio-, llegó otra línea de buses -al principio sólo había una, con dos viajes a Puerto Montt al día, uno a las seis de la mañana y otro al mediodía-, los transbordadores hacían más pasadas… Es que creció tanto la población en esos años -el salmón estaba en su boom- que era insostenible la situación como estaba. El último año que estuve se abrió el camino entre Puelche y Puelo, aunque era muy primitivo y peligroso”.
El consultorio nuevo seguía siendo un sueño: “Cuando yo me fui el consultorio se estaba cayendo a pedazos, en invierno se caían las ventanas, con marco y todo. No teníamos calefacción en los box así que nos repartíamos una estufa eléctrica, era bien jodido”.
El presente
Silvia Guerrero, Rodrigo Gómez, Jaime Carvajal, Justo Ibaceta, Pablo Silva, José Luis Román, Esteban Urrutia, Cristián Lovera, Horacio Bastidas y Felipe Zepeda completan la lista de doctores y dentistas que han pasado por Hornopirén. A ellos hay que sumar un sinnúmero de enfermeros/as, kinesiólogos/as, auxiliares y paramédicos que han trabajado en la comuna.
En los últimos años llegó el celular, las condiciones de transporte han mejorado, se puede llegar por tierra a prácticamente todas las localidades y finalmente se cuenta con un nuevo Centro de Salud Familiar que permite entregar una mejor atención, con más tecnología, equipamiento y recurso humano.
Pero no por ello la entrega del equipo ha dejado de ser sacrificada, por seguir siendo la comuna de Hualaihué un lugar aislado, con enormes distancias en su interior y separado de Puerto Montt por un estuario. Algo que sin duda marca radicalmente el ejercicio de la medicina en esta zona.