Una frase se repite entre quienes han pasado toda su vida o gran parte de ella en Hualaihué: “Antes se sufría mucho”. Dejan en claro que eso no significa que no amen esta tierra. Pero que la vida que les tocó fue extremadamente dura, marcada por el aislamiento y la precariedad más absoluta.
Los primeros
“Vine a los tres años, en 1931, con mis padres José Diego Paillán Peranchiguay y Amelia del Carmen Hueicha Leviñanco y mi hermano Antonio, de un año, desde Caguach, Chiloé”, detalla Olga Paillán Hueicha. Dueña de una memoria privilegiada, se acuerda exactamente de quiénes vivían en Río Negro en ese entonces: “Fuimos recibidos por Isaac Pérez Ampuero, que también fue de Chiloé y estaba casado con Beatriz Villarroel Gallardo. Ella era hija de Rubesindo Villarroel, uno de los hijos de Domingo Villarroel, y era hermana de Gabriel, Rosalía y Carlos Villarroel. También estaba la familia de Pacífico Leiva, quien ya tenía nietos adultos. Los Leiva vivían allá arriba por Chaqueihua. En Cuchildeo vivían José María Marín y Lorenza Llancapani”.
Aquel Domingo Villarroel fue el dueño del fundo Colimahuidán, que abarcaba toda la zona de Río Negro – Hornopirén. Según datos recabados por la familia Paillán, especialmente por el fallecido Daniel Paillán y Antonio Paillán, en el tiempo de Bernardo O’Higgins éste le entregó una concesión de la merced al indio Pilcul.
Pilcul tuvo cuatro hijos, cada uno de los cuales se quedó con una porción de la merced: uno en Rolecha, otro en Hualaihué, otro en Pichicolo y el último en Río Blanco o Colimahuidán. Éste le vendió su parte a un alto almirante de la Armada, Alfredo Mancilla, quien a su vez le vendió el fundo a Domingo Villarroel un 9 de noviembre de 1789. En total, 34.900 hectáreas que le costaron 500 pesos oro.
Una de las descendientes vivas más directas de Domingo Villarroel es Anaselia Villarroel Ojeda, hija de Carlos Villarroel, hermano de Beatriz Villarroel e hijo de Rubesindo, uno de los dos hijos de Domingo Villarroel (el otro fue Noel).
Otra familia de larga trayectoria es la de los Leiva. José Abdón Leiva Pérez, casado con María Toledo Paillán, una de las hijas de Olga Paillán, es un descendiente directo de aquel Pacífico Leiva que doña Olga menciona dentro de los pocos habitantes que tenía Hornopirén en los años 30. José Abdón Leiva Pérez es hijo de Isaías Leiva Vargas y Adriana Pérez Villarroel. Isaías Leiva Vargas fue hijo de Facundo Leiva, hijo de Pacífico Leiva. Adriana Pérez Villarroel fue hija de Isaac Pérez Ampuero y Beatriz Villarroel Gallardo, los mismos que recibieron a la familia de Olga Paillán cuando llegaron.
Las familias más antiguas y las que de a poco arribaban se fueron mezclando, dando origen a lo que hoy es Hornopirén.
En Hualaihué y en Cholgo
En otros lugares de la comuna se vivió el mismo proceso. Ciertos apellidos se fueron asentando y expandiendo en las distintas localidades, como los Calbucura en Lleguimán, los Subiabre en El Manzano, los Hernández y los Vargas en Hualaihué o los Maldonado en Cholgo.
Carlos Vargas, gran constructor de embarcaciones y de casas de Hualaihué Estero, es oriundo de ese lugar, al igual que su padre, Bernardino Vargas Mancilla, nacido en 1878. “Mi abuelo, Bernardo Vargas Ruiz, era comerciante y venía a comprar tejuelas, después adquirió este campo -los dueños eran indígenas- y mi padre nació acá. Yo soy el menor de sus hijos varones”, relata este hombre que en febrero próximo cumplirá los 90 años. Según cuenta, su mamá, Soila Maldonado Maldonado, llegó junto a sus padres a los ocho años a la localidad de Cholgo, provenientes de la isla de Huar. Eran 13 hermanos: algunos se quedaron en Cholgo, otros se fueron a El Manzano y otros a Llancahué.
“Cuando era niño aquí no había casi nada, por cualquier cosa había que viajar a Puerto Montt o a Calbuco, en lancha a vela o a remo a veces. Dos veces viajé a Puerto Montt a remo, en botes que hice yo mismo, porque empecé bien joven a construir lanchas”. Carlos Vargas no se acuerda cuántas embarcaciones construyó, porque fueron muchas. La de mayor envergadura fue la “Fernando Javier” -encargo de don Fernando Hernández-, una embarcación de 120 toneladas con capacidad para 80 pasajeros y 80 toneladas de carga que hacia fines de los 70 y comienzos de los 80 realizó viajes semanales entre Río Negro y Puerto Montt y entre Río Negro y Chaitén.
Al igual que la familia de Armando Hernández de Hualaihué Puerto, quien en su tiempo fue inspector de distrito y cuyo padre, Roberto Hernández Pérez, fue el primer subdelegado de la otrora circunscripción de Hualaihué, la familia Vargas también ocupó importantes cargos públicos. Bernardino, el padre de Carlos Vargas, fue juez subdelegado e inspector de distrito, cargo que posteriormente también ocupó Carlos Vargas.
Uno de los hermanos de éste, Pedro Gil Vargas, también fue juez de distrito. Según cuenta su hija Julia Vargas, “su función era informar a Carabineros de Calbuco cuando ocurría un crimen o algún problema de orden público”. Además, Pedro Gil Vargas fue por mucho tiempo el funcionario del único Registro Civil, el que había sido fundado en 1917, por lo que personas de todas partes de la comuna debían acudir a su casa para hacer sus inscripciones de nacimiento y otros trámites. Para las elecciones, toda la comuna se congregaba en esa misma casa, la que después se quemó.
La única prima que le queda a Carlos Vargas es Adelaida Maldonado White, quien tiene más de 100 años, todos los cuales los ha pasado en Cholgo. “Aquí todos somos parientes”, dice esta mujer que pese a su edad sigue trabajando la tierra y que es hija de Fidelia White y Juan Francisco Maldonado, quien donó el terreno donde hoy se encuentra la escuela que lleva su nombre.
La difícil vida de antes
María Cruz Maldonado Mayorga, de “más de 80 años”, también nació en Cholgo. Su padre llegó de la Isla de Huar y su madre de Poyo. Esta madre de 13 hijos describe que “nosotros no nos criamos como la gente ahora. Trabajábamos la tierra, mariscábamos, antes no había trabajo como ahora, había que puro mariscar esos choros para venderlos… En unos bongos íbamos a Río Negro a vender leña y mariscos, era difícil la vida. Cuando criamos a los hijos ya había escuela -ellos pudieron ir a la escuela, yo no- y más trabajo. Ya no andábamos en bongos y mi marido, Adrián Maldonado, trabajaba en todo, la pesca, el bacalao, vendía pescados en las termas…”.
En los distintos lugares de la comuna cientos de hombres, mujeres, niños y niñas se sacrificaron para salir adelante, arreglándoselas como pudieron.
Olga Paillán narra que “cuando llegamos había montones de animales, vacas, ovejas, chanchos, de todo. Mucho más que ahora. Se hacía queso, mantequilla… Isaac Pérez y Beatriz Villarroel, que fueron igual que una familia para nosotros, le dieron a mi padre ocho vacas paridas para que nos alimentara. Ellos en vez de agua tomaban leche de vaca”.
Agrega que se sembraba de todo: trigo, avena, papas por montones, y que la vida de ella y de su familia fue ardua: “Crecimos con grandes sacrificios. Con mi hermano Antonio a corta edad ya ayudábamos a mi papá y a don Isaac, descalzo, a trabajar en un bosque de ciprés que había por allá atrás. Luego me hice mujer, vino mi marido, Eduardo Toledo, de Los Muermos, nos casamos y formamos familia, todo sufridamente… Ahora me encuentro feliz, porque tengo mi casa, mis cosas…”.
Descampando los montes
“En Chaqueihua había pasaditas para los bueyes y por ahí mismo pasábamos nosotros. Era monte por todos lados y en el medio una sendita. La vida se nos puso muy dura, vivíamos amontonaditos en dos camitas, éramos pobres, humildes, antes era costoso tener las cosas, había que trabajar mucho… “, se acuerda María Olga Soto Soto, quien nació en las cercanías de Maullín y llegó a Hornopirén a los 16, alrededor de 1950, junto a su padrastro, Abelardo Vargas, y su madre, María Segunda Soto.
Añade que su padrastro se dedicaba a “sacar la murra, la quila, el tihuén, para hacer pampas, porque antes era todo pura montaña y bosque. Nosotros éramos cuatro hermanos y por varios años vivimos donde una señora muy acogedora, la abuelita Maiga. En la cocina a fogón mi madre con la señora Maiga hacían unas tortillas de rescoldo grandes que alcanzaban para dos días, cada uno comía su tajada y té si había”.
Mientras sus hermanos iban a la Escuela de Chaqueihua, Olga picaba y entraba la leña, lavaba la losa, pasaba la escoba por el piso de tierra y seguía las “órdenes de las principales de la casa”: su mamá y la señora Maiga.
Otra familia que llegó durante la primera mitad del siglo XX fue la conformada por Gaspar Bohle Werner y María Elena Pröschle Schmeisser. “Ellos se vinieron recién casados, mi papá era de Fresia y mi mamá de Calbuco, los dos eran descendientes de alemanes. Aquí tuvieron nueve hijos”, expresa Ruth Bohle, una de las hijas.
Acota que su papá contaba que cuando llegaron “muy pocos vivían en Río Negro. La familia Villarroel era la dueña de casi todo Hornopirén y mi papá le fue comprando terreno, para trabajar en la madera, la agricultura y los animales. Sacábamos leche y hacíamos mantequilla.
Mis papás primero vivieron un tiempo donde hoy está mi hermano José Luis (“Coche”), luego mi papá compró otro campo en Chaiguaco, en el que se cultivaba la papa, la avena, el trigo. Mi papá también le compraba madera a los alerceros, mis hermanos la sacaban con bueyes y se la revendían a don Pedro Maldonado o a veces la sacaban en lancha a otras partes. En ese campo de Chaiguaco nací yo”.
Sobre su infancia, dice que “era casi puro trabajar. Vivíamos cerca del Río Blanco y como no había puente teníamos que salir a caballo o en bote… no vamos a decir que fue fácil… Uno de mis hermanos, Edgardo, falleció ahogado en el río en una de esas pasadas… Estudié como hasta los 14 en Puerto Montt, llegué a primero de humanidades, pero era sacrificado porque tomaba pensión donde una familia y luego en la casa de una hermana que vivía en Puerto Montt. Después me devolví a trabajar en el campo… Nosotros nos crecimos bien, había de todo en la casa, porque mis papás eran ordenados y trabajadores, pero lo más complicado era para salir, porque a veces no se podía pasar por el río. En cuanto a las distracciones, a lo más pasar una semana en Puerto Montt al año, todo el resto del tiempo se trabajaba en el campo”.
Después el Río Blanco empezó a subir cada vez más, por lo que esta familia volvió al campo donde hoy viven don Coche y su señora Tránsito Sánchez (doña Tato).
Como para no acordarse
Algunos dicen que a veces quisieran no recordar aquellos complicados años. Es el caso de Cornelia Coñuecar Garay, quien llegó a Hornopirén -al sector de Los Canelos, donde siempre ha vivido- a los 21 años, en 1948. Proveniente de Chiloé, vino tras casarse con Isaac Segundo Pérez Villarroel, otro de los hijos de Isaac Pérez Ampuero y Beatriz Villarroel Gallardo. Aquí tuvieron doce hijos.
“Cuando llegué había unas cuantas casas no más, vivían los Castro, Pancho Ruiz y los Leiva por Chaqueihua, los Paillán para el Lago Cabrera, los Villarroel y en Cuchildeo los Montiel. Era un lugar muy pobre, no había dónde comprar ni qué comer, Pedro Maldonado traía cosas de Puerto Montt, pero era poco… Yo sufrí mucho aquí, lo increíble”.
Relata que de a poco el panorama empezó a cambiar: “Teníamos un grupo de mujeres, del centro de madres, en el que también estaban las hermanas Paillán, Adelaida Díaz, y otras, que vivíamos reclamando en la Municipalidad de Puerto Montt. No nos íbamos hasta que conseguíamos lo que queríamos, y así conseguimos escuela (1937), retén (1938), cancha de aviación y años después puentes (en 1965, se construyó el primero, sobre el Río Negro), porque no había nada de nada, el colegio era una casa roñosa vieja, esta población de aquí (Los Canelos) era puro monte, no vivía nadie… Sólo se podía salir a caballo y había que pasar el Río Negro con un bongo”, dice esta mujer que fue partera, fiscal, catequista y que contribuyó a que se construyera la primera iglesia -ubicada al frente del antiguo Policlínico Santa Teresita de Los Andes-, a la vez que cultivaba la tierra y criaba animales para alimentar a sus hijos mientras su marido pasaba la semana en la cordillera trabajando en el alerce.
Aquellos interminables viajes
El aislamiento extremo en que se encontraba Hualaihué era uno de los aspectos que más encrudecían la vida en el pasado. Como no había caminos, la movilización al interior de la comuna era a pie, a caballo, o por mar. Para salir a Puerto Montt, Calbuco, o Chiloé, la única opción era el mar.
Las primeras embarcaciones fueron los bongos o “palos ahuecados”, en los que, según recuerda Olga Paillán, se llevaba a los difuntos a Llanchid cuando todavía no existía el cementerio de Hornopirén, el que se fundó en 1934.
Luego comenzaron a llegar los barcos de la Empresa Marítima del Estado, que data de 1938, año en que se creó el Departamento Marítimo de la Empresa de Ferrocarriles del Estado (Ferronave). En 1953 se desvinculó de Ferrocarriles y pasó a llamarse Empresa Marítima del Estado, encontrándose actualmente en manos de privados.
Dentro de los primeros barcos de la Empresa Marítima del Estado estaban el Laurencia y el Calbuco, que después se denominaron, según Olga Paillán, Lemuy y Dalcahue. Otros barcos fueron el Río Baker y el Capitán Alcázar. “Los primeros barcos, que en un principio funcionaban con leña de tepú, salían de Puerto Montt y pasaban por Rolecha, Hualaihué, Llanchid, Río Negro, volviéndose a Puerto Montt pasando por Llancahué, Ayacara, Buil, Chumildén, Chala, Chulín y Achao”. Estos barcos por lo general se turnaban para hacer los viajes y cada 15 días se veía uno en la comuna de Hualaihué.
Mientras las costas de la comuna se llenaban de veleras tripuladas por comerciantes chilotes de madera o por habitantes de la comuna que sacaban sus productos en estas embarcaciones, de a poco comenzaron a llegar las primeras lanchas a motor para el transporte de pasajeros y de carga, que hacían el recorrido entre las distintas localidades de la comuna y Puerto Montt cada ocho días. No hay quién no mencione aquellos tortuosos viajes y la larga espera que debían hacer en Puerto Montt para volver a la comuna, días en los que tenían que gastar dinero en alimentación y pensión si no contaban con parientes o amigos que los recibieran en esa ciudad.
La Aurora, la Marta Ester de Pedro Maldonado, la Santa Cruz I y II, la Comau y la Ángela de Bauche Burnes son los nombres de algunas de las lanchas que hicieron estos recorridos semanales.
Uno de los navegantes más conocidos en la comuna de Hualaihué fue Armando Hernández. “Salía los domingos de Hornopirén y regresaba los viernes de Puerto Montt, parando entremedio en las distintas localidades -Queullín, Rolecha, Hualaihué Puerto, Llanchid- con la carga, los pasajeros y la correspondencia”, nos contó este hombre que también fue inspector de distrito desde Chauchil a El Manzano cuando la comuna todavía no se formaba, alcalde de mar, funcionario de Correos y concejal de la comuna entre 1992 y 1996.
Comenzó con el servicio de transporte en la lancha Liliana. A partir de los años 70 y hasta que estuvo lista la Carretera Austral siguió con el recordado Petrohué.
“Una vez íbamos llegando a Pelluco y don Armando dio alarma de que el barco, que era de fierro, se estaba hundiendo, entonces puso un poco de petróleo y le mandó fuego para avisar, con unas olas tan tremendas que si no nos hubiéramos amarrado unos a otros hubiéramos muerto… Después llegó un barquito chico a rescatarnos, primero a las mujeres, que éramos como 16. Pero se demoró harto, eso fue como a la medianoche recién, después de estar todo el día viajando”, se acuerda Pilar Castro Villarroel, hija del español Félix Castro, quien llegó a comienzos de siglo a Hornopirén, y de Mercedes Villarroel Leiva, oriunda de la zona y descendiente de las primeras familias.
En total, el Petrohué naufragó, según Armando Hernández, tres veces, pero nunca nadie salió herido. Sin duda, son incontables las aventuras -y desventuras- que vivieron los habitantes de la comuna a bordo de ésta y las demás embarcaciones, pero todos evocan que se formaba un gran espíritu de colaboración y unión entre los pasajeros.
El comienzo de un sueño y la creación de la comuna
La Carretera Longitudinal Austral o Ruta 7 se inició en 1976, como uno de los proyectos emblemáticos -y estratégicos- del gobierno militar de Augusto Pinochet.
Todos aluden a que la modernización y el progreso comenzaron a aparecer con el camino, que hacia 1984 llegó a Hornopirén y en los años siguientes se extendió hasta Chaqueihua y luego hasta Pichanco. Posteriormente se fue habilitando el camino costero.
No son pocos los que confiesan que jamás imaginaron que iba a haber un camino como el actual y que se pudiera ir a Puerto Montt y volver a Hornopirén en el mismo día. “Eso era un sueño”, expresan varios de los entrevistados. Un sueño que se logró gracias al trabajo de miles de hombres, civiles y militares (del Cuerpo Militar del Trabajo), que a fuerza bruta, primero ayudados por bueyes y luego por maquinarias y explosivos, despejaron el tupido bosque y dieron forma a la senda. Labor en la que no pocos perdieron la vida.
En plena construcción del camino, el 20 de septiembre de 1979, se promulgó el Decreto Ley 2867, que creó la Provincia de Palena. En el artículo 19, punto 4, se establece que, de la Provincia de Chiloé, en primer término, “se excluyen las actuales comunas de Chaitén, Futaleufú y Palena”. Luego, que “se excluyen los distritos 9 Contao, 10 Hualaihué, 11 Río Negro, 12 Lleguimán y 13 Queullín, de la antigua comuna de Puerto Montt”. Comunas y distritos que pasaron a formar parte de la nueva Provincia de Palena, capital Chaitén, cuyos límites fueron definidos por el mismo decreto.
Al día siguiente, el 21 de septiembre, se promulgó el Decreto Ley 2868, que creó la comuna de Hualaihué, capital Río Negro, que comprende, según el artículo 38, número 2, “a) Los distritos 9 Contao, 10 Hualaihué, 11 Río Negro y 12 Lleguimán, de la antigua comuna de Puerto Montt. b) La parte del distrito 3 Ayacara, de la actual comuna de Chaitén, (…), desde el fiordo Comau o Leptepu hasta la citada cota 1.392, y la línea de cumbres que limita por el poniente y sur la hoya del río Vodudahue, desde la cota 1.392 hasta la frontera con Argentina, pasando por el cordón de los cerros Elevado y cerro Demetrio”.
Más de un año después, el 10 de diciembre de 1980, entró en vigencia el Decreto Supremo Nº 1.405, con el que se designó al primer alcalde de la comuna: Osvaldo Oelckers.
La década del 80 y sus importantes avances
Rápidamente, Oelckers le dio forma al municipio y contrató a los primeros funcionarios. El primer alcalde describe que así, en conjunto con la comunidad y otros actores, como la incipiente industria salmonicultora, comenzaron a abrir las primeras calles de Hornopirén (con maquinarias del CMT, fondos F.N.D.R. y presupuesto municipal). Además, con “dinero de la Carretera Austral”, que se complementó con un crédito BID, se trajo una barcaza desde Chaitén y se construyeron otras dos para su operación en el Estuario del Reloncaví y entre Hornopirén y Chaitén.
Debido al bajísimo presupuesto municipal, gran parte de las obras se financiaron vía F.N.D.R. (Fondo Nacional de Desarrollo Regional), creado a comienzos de la década por el Decreto Ley Nº 573/74: el sistema de agua potable para Hornopirén (inaugurado hacia 1987), la construcción entre el 83 y el 84 del local para la E.C.A. (Empresa de Comercio Agrícola E.C.A.) -donde hoy está el Juzgado de Policía Local de Hornopirén-, el Gimnasio Municipal, que también contó con un aporte de la DIGEDER (1984-85), el alumbrado público en Hornopirén (1988).
En 1985 se instaló el primer teléfono público con sistema de mensajeros, operado por Manuela Velázquez, señora de Osvaldo Oelckers. En 1988, después de 15 años de ausencia de Carabineros en Hornopirén, se fundó el retén -hoy tenencia-, dependiendo de la 5ta Comisaría de Puerto Montt y a cargo del Sargento 1º Félix Edgardo Vargas, con una dotación de seis funcionarios.
De a poco empezaron a instalarse los primeros grupos electrógenos y generadores de electricidad, inaugurándose el sistema eléctrico de Hornopirén recién en 1996.
Apenas se abrió el camino iniciaron su operación los primeros buses, los que con el paso de los años aumentaron la frecuencia de los viajes. Lo mismo con los transbordadores en el Estuario del Reloncaví.
Posteriormente se fue dotando de electricidad a los sectores costeros, aunque aún existen algunas localidades costeras e insulares que no cuentan con este elemento básico.
En los últimos años se construyeron el Mercado Típico, el Centro Cívico y otros edificios públicos en el centro de la capital comunal.
Estos son sólo algunos de los avances que han ido transformando la cara de la comuna a lo largo de los últimos 30 años. Pero más que hacer un listado detallado de todos ellos, lo que se quiere es destacar el esfuerzo que hay detrás de cada uno.
Y comparar nuestra cómoda vida actual -más allá de las falencias en conectividad y en otros aspectos que todos conocemos- con la cruda realidad de antes, en la que sólo los más fuertes sobrevivían.