Por Fernando Ramírez Morales, fernandoramirezmorales@yahoo.com
El ingreso a Hualaihué (Chiloé Continental) históricamente se hizo por mar, en embarcaciones que salían de Calbuco o desde algunas de las islas que rodean el archipiélago chilote. Los antiguos pobladores cuentan que hace 40 años el viaje podía demorar unas 6 horas con buen viento y entre 3 y hasta 5 días con mal tiempo. La lancha chilota fue una ingeniosa embarcación que, dotada de una vela y un timón gigante, permitía sortear y enfrentar los furiosos vientos que desde el golfo de Ancud soplan hacia el continente. Casi sin instalaciones en la cubierta, escondía una amplia bodega que servía para la carga de maderas y de refugio durante las tormentas.
Hoy, en cambio, un camino de ripio (que pomposamente ha sido denominado “Carretera” Austral) inicia la travesía en la pequeña rampa de Puelche, luego de cruzar en un ferry el amplio fiordo de Reloncaví. Tal vez por ello el visitante contemporáneo no logra captar la atmósfera de mundo distante e inexplorado que tenía este territorio para quienes se internaban en él hace menos de un siglo.
Este aislamiento marcó profundamente la relación de este territorio con el resto del país. Pero esta condición de desconexión no significó el abandono de los parajes sino un tipo de ocupación funcional, utilitaria, establecida exclusivamente para la extracción de los recursos que allí se encontraban.
Hualaihué fue durante siglos una especie de despensa para Chiloé, a la que se concurría en demanda de maderas, suelos para el ganado o para la extracción de mariscos en el borde costero. Ése ha sido el rasgo de mayor significación y duración en la relación sociedad – naturaleza que han mantenido lo chilotes con sus “cordilleras”, nombre otorgado a las montañas andinas que se observan desde la Isla Grande de Chiloé.
El proceso histórico que configuró a Hualaihué se constituyó al modo que sostiene el historiador Fernand Braudel, por niveles, por miles de niveles que conforman una estructura, “un ensamblaje, una arquitectura; pero, más aún, una realidad que el tiempo tarda enormemente en desgastar y en transportar. Ciertas estructuras están dotadas de tan larga vida que se convierten en elementos estables de una infinidad de generaciones: obstruyen la historia, la entorpecen y, por tanto, determinan su transcurrir”.
En los bosques, fiordos, montañas y valles de Hualaihué hoy se aprecia una aparente quietud, una inalterabilidad sólo quebrada por los visitantes que se maravillan de lo “natural”, lo prístino, lo intocado.
Las capas histórico – ambientales sedimentadas en siglos de transformación paisajística sobre Chiloé Continental no se pueden ver fácilmente sobre la superficie. Quedaron en los millones de troncos cortados o quemados que tumbados hace un par de siglos iniciaron la formación de un nuevo tapiz natural. Las huellas del cambio ecológico son tan imperceptibles que a veces la ausencia nos habla de “los que se van”, expresión usada por el conservacionista argentino Juan Carlos Chebez para referirse a las especies de animales y árboles que están desapareciendo en América del Sur.
Estos rastros están en los blancos troncos que yacen en el fondo de los ríos patagónicos, pero también están impregnados en la memoria de los antiguos colonos, en los relatos populares, en el recuerdo de la epopeya colonizadora y en la convicción de que los tiempos de conquista terminaron y de que una modernización que no siempre los integra recorre hoy las viejas rutas de los “hacheros”.
En la conformación de la historia ambiental de Hualaihué (Chiloé Continental) confluyen procesos de diferente temporalidad: las condiciones morfológicas y climáticas muy rudas que se convirtieron en una “coacción geográfica” e impusieron marcos rígidos a la agricultura, la ganadería y al asentamiento; la secular búsqueda y explotación del alerce que derivó en el casi completo agotamiento de las especies; los grandes incendios que en el siglo XIX y XX afectaron casi todos los valles y que dañaron de modo permanente los suelos; una espontánea e intermitente corriente migratoria de colonización desde Puerto Montt, Chiloé y de las zonas fronterizas con Argentina; y, cabe señalar, una desatención centenaria de las autoridades por la zona.
Así, Hualaihué parece un pequeño país en el contexto chilote.